¿Un día histórico para Francia y para el mundo?

Banderas de Francia en París.
Banderas de Francia en París.

“El 4 de marzo será un día histórico para nuestro país y para las mujeres del mundo entero”, declaró Prisca Thevenet, la portavoz del Gobierno francés, después de que el Senado aprobara el 28 de febrero -por 267 votos contra 50- la inclusión del derecho al aborto en el texto constitucional. Lo mismo había votado previamente la Asamblea Nacional el 31 de enero (493 contra 30 votos). Solo faltaba que el Congreso, es decir, la reunión de ambas cámaras ratificara esa medida con una mayoría de tres quintos.

El pronóstico se ha cumplido sin sorpresas (780 votos a favor, 72 en contra) y Francia consagra el derecho al aborto del modo más solemne y triunfal. 

La escenografía ha estado a la altura, con el palacio de Versalles vestido de gala. Todos han querido aportar su grano de arena. Por ejemplo, las diputadas ecologistas han acudido vestidas de blanco, en recuerdo de las sufragistas heroicas de hace un siglo. Una pantalla gigante, instalada en la plaza de Trocadéro, ha retransmitido el acto en directo. A su término, la Torre Eiffel se ha iluminado de modo especial, para sumarse a la “fiesta”. 

El primer ministro, Gabriel Attal, ha subrayado el carácter histórico de la sesión. Entresaco algunas de sus palabras: “El hijo que soy, el hermano que soy, el amigo que soy, el primer ministro que soy guardará toda su vida el orgullo de haber estado aquí en este día histórico… Francia será pionera, fiel a su herencia de país faro de la humanidad y patria de los derechos del hombre y, sobre todo, de la humanidad… Francia saluda una nueva etapa fundacional, que permanecerá para siempre en la historia”. 

El Gobierno ha tirado la casa por la ventana. Quizá como contrapeso del clima de opinión en estos momentos, que no es de lo más optimista, con un Estado anquilosado que se enfrenta a una ciudadanía harta y soliviantada. Resulta cuando menos curioso este recurso al aborto para reverdecer la grandeur y hacer olvidar los problemas del día a día. 

Pienso, por contraste, en el debate sobre este mismo asunto que se produjo en el Parlamento alemán hace cincuenta años. El diputado socialista Adolf Arndt señaló que la legalización del aborto equivalía a la capitulación del Estado de derecho, que había consistido precisamente en el sometimiento voluntario del más fuerte al dictado de la ley.  La evolución política de siglos culminó en ese Estado, conformado por la elección democrática de los gobernantes, la separación de poderes y el imperio de la ley. Ya no estamos sometidos al capricho del soberano, pues también él debe cumplir con el ordenamiento legal. Supuesto que se admita -lo que es mucho admitir- que entre la madre y el feto se da un insuperable conflicto de intereses, no deja de ser terrible que la solución aprobada por la ley sea la muerte del más débil, el feto, a manos justamente de aquellos a cuyo cuidado está entregado: la madre que decide abortar cuenta con la ayuda de médicos, autoridades y jueces. Nadie media para alcanzar una solución pacífica a ese supuesto conflicto, como se hace en otros ámbitos de la vida social.

Las palabras del diputado socialista no han perdido actualidad. El seno materno, lugar acogedor y seguro por excelencia, se convierte en una trampa mortal, en el punto negro de la carretera del curso de la vida, el sitio donde más gente muere. Algunos datos: en Francia se practicaron 234.000 abortos en 2022. En el mundo, 73 millones -200.000 al día-. El aborto es la primera causa de muerte, responsable del 52 % de las defunciones.

Los débiles vuelven a quedar a merced de los fuertes en este retorno imprevisto de la ley de la selva. ¿Cómo se compagina la retórica de la inviolable dignidad de la persona humana con este brutal retroceso? 

La parafernalia no consigue esconder la realidad de la tragedia. En el fondo,  los actores de esta función saben que tienen las manos manchadas de sangre. Si optamos por el mal y no queremos remordimientos de conciencia, no queda más que huir hacia adelante y convertir el mal en bien. 

 

El proceso se repite: rechazo horrorizado; rechazo sin horror; despenalización para algunos supuestos excepcionales; legalización; aceptación social; promoción como algo bueno; imposición obligatoria. Lo que hemos vivido con el aborto se dará también con la eutanasia y con otras expresiones de la voluntad de poder característica del moderno. 

Anclar el derecho al aborto en la Constitución persigue asimismo acabar con la objeción de conciencia y acallar toda crítica. El abortista no soporta la discrepancia, que podría sacudir su encallecida conciencia. Puede llegar un punto en que escribir un artículo como este se convierta en delito (en Francia, el Consejo de Estado investiga al canal CNews, que comete la osadía de desmarcarse del consenso abortista). El Parlamento Europeo insta a incluir el aborto en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE; Polonia e Inglaterra tramitan en estos momentos leyes promotoras del aborto. Sin duda, otros países les seguirán. ¿A dónde se dirige Europa?

 

Alejandro Navas

Sociólogo

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