El Viernes Santo de George Kennan

Tan solo Truman, y en menor medida Kennedy, le ofrecieron puestos diplomáticos de una cierta responsabilidad. Pero esto no importa demasiado porque el paso de Kennan a la historia tuvo bastante que ver con la redacción del llamado “telegrama largo”, un informe de más de 5000 palabras, enviado en 1946 desde la embajada estadounidense en Moscú al secretario de Estado, George Marshall. Dicho informe marcó un hito en la historia de las relaciones internacionales e influyó, aunque su autor no obtuviera el reconocimiento esperado, en las relaciones EEUU-URSS de las décadas siguientes.

Los diarios de Kennan, publicados en 2014, reflejan la vida de un hombre de psicología compleja, de un intelectual que a veces soñaba con que los políticos tomaran buena nota de la historia y de la literatura, en su variedad de acontecimientos y de personajes, antes de tomar sus decisiones. De la lectura de estos cientos de páginas personales se deduce que Kennan, hombre de amplia cultura y amena conversación, aspiró a influir en la política exterior norteamericana durante largos años y sin demasiado éxito. Por eso este diplomático encarna la soledad de muchos intelectuales incapaces de hacerse entender en el entorno que les rodea aunque éste no sea necesariamente hostil. De ahí que su vía de escape sea la escritura, en la forma tan íntima y personal que son los diarios.

Los libros especializados nos recuerdan que George Kennan es un representante del realismo en la teoría de las relaciones internacionales. Sin embargo, el realismo ha tenido mala prensa, pues algunos, con cierta simpleza de análisis, lo reducen a un cierto maquiavelismo. Por el contrario, Kennan no sabía prescindir de la ética. Su realismo buscaba simplemente ajustarse a la realidad y la perspectiva de los acontecimientos. Su educación presbiteriana influyó, no poco, en su enfoque del mundo, y algunos de sus biógrafos han encontrado en el “telegrama largo” ecos de sermones protestantes del siglo XVIII. Lo cierto es que en sus diarios, en los que no faltan pasajes banales, emergen, de vez en cuando, reflexiones ético-religiosas, como las efectuadas sobre Las confesionesde San Agustín, que no son precisamente entusiastas.

Sin embargo, una página de los diarios, correspondiente al Viernes Santo 4 de abril de 1980, no deja de ser curiosa. Kennan, a sus setenta y seis años, viaja por Europa para realizar investigaciones históricas y visitar a sus amigos. Aquel día se encuentra en el pueblecito suizo de Icogne, de apenas 500 habitantes, y sorprendentemente se dedica a reflexionar sobre Cristo muerto en la colina del Gólgota. No nos explica el por qué de esta digresión en medio de la frondosidad de sus reflexiones políticas, históricas y literarias. La única explicación tiene que ser la existencia en Icogne de una estatua de Cristo Rey de treinta metros de altura, con corona real y una cruz en la mano, elevada sobre una colina de 1200 metros, y que es el punto de partida de un vía crucis, cuyas estaciones ocupan un sendero que lleva al vecino pueblo de Lens.

Esta imagen de Cristo, fruto de la iniciativa de un canónigo local que pretendía conmemorar los diecinueve siglos de la muerte de Jesús, debió de llevar a Kennan a reflexionar sobre la fragilidad de los acontecimientos humanos, inevitablemente erosionados por el tiempo y que a veces solo sobreviven en forma de mitos distorsionados. Sin embargo, el diplomático norteamericano señala que existe una excepción sorprendente, aunque hayan pasado casi dos mil años: la de un judío, una especie de profeta y disidente religioso que fue crucificado un viernes en compañía de dos delincuentes comunes…

Kennan subraya la fuerza perdurable de las enseñanzas de aquel hombre. En primer lugar, destaca la caridad, la abnegación y la identificación con las situaciones de los demás y, en segundo lugar, indica la posibilidad de redención que pasa por un conocerse a uno mismo y por la penitencia. Caridad y redención son, según Kennan, dos rasgos distintivos de un Dios capaz de ser compasivo. Esta ha sido la fuerza inspiradora de una civilización, creadora de un gran arte y que ha formado las mentalidades y los valores de muchas generaciones. Quizás lo que más atrae a Kennan del cristianismo es la posibilidad de reconciliar la naturaleza físico-emocional del ser humano con sus inalcanzables sueños de belleza y nobleza de espíritu.

George Kennan, diplomático e historiador curtido en tantos análisis y reflexiones, conoce por propia experiencia, a veces no ocultada en sus diarios, la eterna lucha entre la carne y el espíritu. Dentro del ser humano puede existir una bestia que amenaza con sepultarle en el abismo, pero a la vez esa misma persona aspira a elevarse sobre cimas de espiritualidad. Kennan, estudioso de las ideologías y de su evolución, no escribió nada en sus diarios acerca de Pascal, habría, sin duda, suscrito aquel pensamiento de “quien pretende hacer de ángel, termina haciendo de bestia”. Lo cierto es que, en aquel Viernes Santo de 1980, el autor de los diarios, ante la visión de un Cristo crucificado, recordó la doble naturaleza del ser humano y la fuerza del cristianismo para ensamblarla.

 
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