¡Viva yo en bolas!

                Cuando vas en tren a Pamplona puedes ver en una de las estaciones una pintada que dice así: “Viva yo!! en bolas”. Me hizo gracia que alguien se hubiese molestado en escribir eso y le hice una foto. No sólo Viva yo que sería más normal, sino que parece que no se quedó satisfecho y especificó en bolas, como para reafirmar que era él mismo, sin añadidos, yo mismo en estado puro, egocéntrico y narcisista.

                Me gustaría saber quién es el que lo escribió y poder hacerle una entrevista a ver si es de esas personas que no han conseguido bien del todo mantener un equilibrio entre darse a los demás y cuidarse a sí mismo y se han ido a uno de los extremos, el del egoísmo, como explica Miguelito cuando le pregunta Susanita la amiga de Mafalda:

                - Hola miguelito ¿qué comes?

                · Pochoclo.

                - ¿No sabes que el come y no convida tiene un sapo en la barriga?

                · A decir verdad, los egoístas nunca dimos mucho crédito a esa leyenda repugnante.

                Como se ve Miguelito podría escribir también la pintada de la estación de tren, pues es de los que piensa “me da igual lo que penséis o lo que podáis indicarme”. Este estilo de conducta egocéntrica de algunas personas estaría en el extremo del equilibrio entre darse y cuidarse, en el otro extremo estarían aquellas personas que se dan tanto, tanto, tanto que ya no son ellos mismos, sino una especie de pelele que baila al son de las necesidades de los demás.

                Aunque suene un poco duro podría ser que en los dos extremos anide el egocentrismo. En el primero porque pienso que “yo sólo soy el único que merece mi atención” y en el segundo por creer que “yo sólo soy el único que puede atender esos asuntos”. En ambos casos estoy en bolas. Saber amar supone saber dar, pero también saber recibir, con confianza, humildad, saberse necesitado porque nos conocemos y evitar la autosuficiencia del egoísta y del demasiado entregado. Viva yo, sí, pero no en bolas.

                Mafalda, en un Día de la Madre, expresa mucho mejor lo que quiero hacer ver:

 

 “¡Aprovecho el día de la madre para saludar a todas las mamás!... Y para recordarle a algunas sacrificadas que fregar, planchar, cocinar y todo eso… no quiere decir fregarse la vida, plancharse las inquietudes, freírse la personalidad y todo eso ¿saben?”

                Para poder llevar una vida sana mentalmente será beneficioso buscar el equilibrio entre el extremo de ser un egoísta, individualista y distante de los demás y el extremo de ser demasiado entregado de modo que incluso se aprovechan de mí o que siempre me acomode a las necesidades de los demás. Será bueno que cuide mi cuerpo, mi salud, mis necesidades, mis ilusiones, mis aficiones y tantas cosas pequeñas que cada uno sabe que le vienen bien para estar a punto.

                Lo ideal sería saber cuidar de uno mismo de forma que ese cuidado personal y la atención de nuestras necesidades nos permita atender lo de los demás en unas buenas condiciones. Para dar algo primero hay que tenerlo, para darse primero hay que poseerse.

                Para esto, lo primero será conocernos bien y saber cuánto podemos dar. Todos los coches andan, pero no es lo mismo ser un Seat Ibiza que un Mercedes SLK. La mejor velocidad o el peso que se puede aguantar son distintos para cada uno. Cada coche necesita un mantenimiento, unas revisiones, repostar y otras atenciones que permitirán que dure muchos años. No se trata tanto de medirse en el darse (que cada cual ponga la palabra que quiera: Generosidad, Entrega, Solidaridad, Altruismo) sino de hacerlo con sabiduría, sin dar más de lo que se tiene. Se pueden arriesgar ahorros o reservas, pero no es bueno quedarse a cero todo el tiempo.

                Le propongo un experimento. Coja una goma elástica de las de oficina entre las dos manos. Estire un poco, no pasa nada. Estire más, no pasa nada. Siga estirando, todavía no pasa nada, pero la goma ya empieza a ponerse bastante tensa. Estire más y se romperá. Algo similar puede ocurrirnos a las personas. Hemos de saber hasta dónde podemos estirar sin quedarnos fofos porque no hay tensión y sin que sea tanto que nos rompemos.

                Será beneficioso que hagamos favores y que demos de nuestro tiempo, dinero o cosas, pero también nos vendrá bien decir que no algunas veces, cuando no se puede, sin tensar la cuerda de lo que podemos dar, sin dejar que se aprovechen de mí, con firmeza cuando sea necesario al poner límites a los demás cuando están pasando la barrera de lo conveniente.

                Nos ayudará hacer saber a los demás lo que quiero, las necesidades que tengo y cómo estoy, sin callarme por pensar que siempre he de estar dispuesto para la batalla, para servir o para dar. Así permitiremos también ser ayudados, pedir favores, cosas o atención a los demás porque si damos sin recibir, es probable que caigamos en el cansancio continuo, en el desgaste que nos lleva a la apatía o en la frustración. Aprender a recibir y dejar que los demás te sirvan y te quieran, que te den sin necesidad de que se lo devuelvas.

                Cuando los demás conocen nuestras necesidades podríamos sentir inseguridad porque saben dónde podrían hacernos daño o porque nos mostramos débiles, pero esto nos ayudará a contar con los demás y no ser autosuficientes.

                Sobre esta inquietante inseguridad se construye una enseñanza habitual de los cursos de formación que se imparten a los grandes directivos de multitud de empresas en todo el mundo. Estas empresas de formación de directivos, llegado el momento de la comida, suelen imponer una sola norma: sólo podemos comer aquello que pedimos a los demás. Y qué fácil entiende el mando medio de turno o el gran jefe de la división de ventas, que necesita habitualmente de los demás; y también: que todos, al final, podemos cubrir las necesidades de los demás cuando las conocemos.

                Seguramente haya sido atendido alguna vez por un camarero o dependiente que están cansados o enfadados, es una experiencia muy desagradable. Si estamos demasiado cansados podríamos atender a los demás así, por eso será adecuado poner mis necesidades antes que las de los demás para, desde mi equilibrio, poder atender mejor a los otros, de forma ordenada y con serenidad, cada cosa a su tiempo.

                A veces, es costoso ocuparme de mi bienestar cuando alguien se encuentra necesitado, y nos sentimos responsables de resolver los problemas de los demás. Por tanto, a veces será necesario mantenerme al margen de los asuntos de los demás porque no tienen que ver conmigo, porque no me corresponde a mí, porque ahora no puedo atenderlos, porque no sé o no puedo hacerlo.

                Equilibrio entre darse y cuidarse. Querer a los demás como se quiere a uno mismo, o sea que hay que quererse a uno mismo. Viva yo. También darse a los demás, con armonía y coherencia. Viva yo, sí, pero no en bolas.

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