Me dijo gracias y no me lavé el oído en todo el día

                Termina un año difícil, bastante difícil, muy difícil. Año de crisis, de problemas personales, familiares, laborales… es tiempo de reflexionar qué ha pasado en 2010, es tiempo de dar gracias. Sí, de aprovechar para fomentar la actitud de gratitud y el agradecimiento habitual.

                Seguramente hayas tenido la experiencia de dejar pasar a alguien o hacer un favor y no sólo que no te den las gracias, sino que ni siquiera te miren. Te quedas con sensación de pena por la otra persona, pensando qué le pasará, qué heridas llevará dentro que no le permiten recibir amor.

                La gratitud es importante para nuestra salud mental. Estar y ser agradecidos de forma habitual es un factor promotor de salud mental. Diferentes estudios de investigación muestran que la actitud de agradecimiento está relacionada positivamente con la satisfacción vital, el optimismo, el soporte familiar y social. Curiosamente también predice una mejor calidad y duración del sueño, porque aumenta los pensamientos positivos y disminuye los negativos.

                Cuando leí estas investigaciones pensé escépticamente que claro, si te van bien las cosas cómo no vas a estar agradecido y a dormir mejor. Pero me encontré con otra investigación que se preguntaba si la felicidad era “querer lo que tienes o tener lo que quieres”. Concluía que ambas ayudaban, así que querer lo que tenemos y estar agradecido por ello nos puede ayudar a ser más felices.

                El teólogo alemándel siglo XIV Meister Eckhardt afirmaba “Si la única oración que dices en toda tu vida es gracias, será suficiente”. Ahora que celebramos la venida de Jesucristo a la tierra me acordé de las palabras de una paciente: “El Mesías ya vino a la tierra y resulta que no soy yo. El mundo puede girar aunque yo no esté. Aunque haya sido educado para ser el Mesías o el Salvador, mi felicidad está en ser yo”. El agradecimiento nos ayudará a no caer en el narcisismo y a evitar también la actitud “victimista” del que cree que nada merece, a ser más nosotros mismos. ¿Por qué?

                Por que la gratitud nos protege del narcisismo, de creernos tan especiales que no necesitamos de la ayuda de los demás. A veces en el inicio de la madurez queremos conseguir todo nosotros solos por nuestra cuenta, sin la ayuda de nadie, como “para no deberle nada a nadie”. Como esas personas que se declaran autodidactas como si nadie les hubiera enseñado a hablar ni a escribir, ni hubieran asistido nunca a ninguna clase ni hablado con nadie ni leído ningún libro ni montado en metro ni visto una puesta de sol. Como si fuera mejor no tener necesidad de ser amado.

                Cuando somos agradecidos, realmente lo somos porque alguien nos ha dado algo que no nos merecíamos y que es para siempre. Hace unos días un periodista fumador me contaba que estaba agradecidísimo a un diputado. Por el tono de la conversación pensé que le había hecho algún favor muy especial. Ambos estaban en un bar sin conocerse, al periodista se le acabó el tabaco, no tenía dinero y se lo pidió al amigo con el que iba, el diputado que lo oyó se dio la vuelta y le regaló un paquete. Lo contaba como si le hubiera salvado la vida, ¿era desproporcionado? No, era agradecido. Recibió algo que ni se merecía, ni le era debido.

                Porque nos evita hacernos retraídos, nos hace conscientes de nuestras limitaciones, de nuestras necesidades, pero con predisposición para ser amados, abre las puertas para decir “tú tienes un sitio importante en mi vida y me gusta”, nos da apertura para recibir porque el mero hecho de ser personas nos hace dignos de que nos quieran, genera confianza con las personas, sentimiento de pertenencia a un grupo, promueve la esperanza de seguir siendo amado y aumenta nuestra magnanimidad.

                Aunque digan lo contrario los periódicos, en el supermercado o incluso el espejo por la mañana, no les hagas caso, no dejes que te engañen, es tiempo de gratitud y de cantar con Los Secretos “Gracias por elegirme” o algo más clásico con la famosa canción chilena Gracias a la vida: Gracias a la vida, que me ha dado tanto/ Me dio dos luceros, y cuando los abro/ Perfecto distingo lo negro del blanco.

 
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