Cuando llueve parece que es para siempre

Ella atenta, él servicial. Después de pedir unas estupendas alitas de pollo, la chica le miraba embobada mientras él le explicaba la fisión nuclear y posteriormente la oxidación de los radicales libres.

Parece que cuando alguien te interesa, por amistad o por emparejamiento, eres capaz de amar también sus cosas, sus asuntos, sus intereses. Da igual que sea filosofía o física, para el que ama, lo menos interesante del mundo adquiere una dimensión infinita. Si no, no existirían las funciones y festivales de los niños pequeños en los colegios.

Cuando llueve y el cielo está gris parece que nunca más va a salir el sol. Llueve y se nos activa el “modo lluvia”. Parece que el agua fuera corrosiva para el amor. Dicen que Madrid se atasca “porque llueve”. No es verdad. No es la lluvia la que atasca Madrid, somos los madrileños que respondemos de diversas maneras al agua que cae del cielo.

Madrid se atasca cuando llueve porque conduzco más despacio, porque no veo bien con el agua en el cristal, porque voy despacito y con miedo, porque no quiero que mis hijos cojan frío y cojo el coche en vez del bus, porque un camionero ha decidido pararse en medio de la calle antes de entrar en la obra a descargar por si se atasca con el barro.

Cada uno tiene su actitud ante la lluvia. Mi sobrina Macarena, cuando tenía cinco años, me hizo un test proyectivo en el que la lluvia significaba los problemas de la vida. Cómo reaccionabas ante el agua cayendo, era tu actitud ante las dificultades.

Ante las dificultades puedo seguir mi vida y pensar inconscientemente: Llueve, yo sigo como si nada. Ni me doy cuenta, me cargo, me entristezco, me mojo, lloro, me pongo enfermo y no sé cómo he llegado hasta allí. Mantengo la misma actitud que siempre, sin que medie una elaboración de lo que ocurre, sobre cómo me afecta a mi o cómo afecta a otros. Desconexión. Te desenchufas y mueres.

A veces hacemos atribuciones que sesgan el modo cómo vivimos algo. “La lluvia es mala porque me pone de mal humor”. Me enfado por las dificultades, y lo proyecto en los demás, grito, me siento agredido, indignado, irritado, no puedo hacer nada, indefenso, ¡Vaya rollo de día, a ver cuándo se pasa! Lucha que agota y desencuaderna.

Puedo ceder a los obstáculos, rendirme y claudicar. Me va a suponer un esfuerzo, no me siento capaz de enfrentarme, me supera, me da pereza. Me quedo metido en la cama porque llueve. Mejor lo cómodo seguro, la zona de confort, que el riesgo de que un fracaso. Rendición preventiva.

Puedo darme cuenta, describir y quedarme ahí: “los días de lluvia no me gustan”. Lo sé, bueno ¿ y qué?, es así, qué se le va a hacer, así es la vida, todos tenemos lo nuestro, ya se pasará, en todas las casas cuecen habas y en la mía calderadas. Resignación agotadora.

 

También puedo ir más hondo: Los días de lluvia me siento triste y por eso no me gustan. E incluso algo más allá: “Como hoy llueve y la lluvia me entristece, voy a ver qué hago para llevar mejor el día, cuidarme, no molestar a los demás con mi bajón e incluso animarles”. Aceptación y elaboración de un respuesta dirigida por mí.

Cuando hay un problema parece que es para siempre. Ante la situación que nos fastidia podemos ignorar, reaccionar, rendirnos, resignarnos o tomar la vida como motivo para amarme y que me interese de forma infinita aquel escenario donde puedo actuar para mí. “¿A quiénes de vosotros les gustan las sorpresas? Mentira, solo os gustan las sorpresas que queréis. A las demás los llamáis problemas” (Tony Robbins)

Puedo conectar conmigo mismo, con la realidad, con mis intenciones y elaborar una respuesta. Puedo elaborar a mano, con mimo y a fuego lento una receta especial para hacer un plato adecuado para esa circunstancia, para mi circunstancia. Una vida ganada al convencionalismo.

A fin de cuentas, el amor es algo tan persistente que existe hasta los días de lluvia.


Carlos Chiclana

Médico.Psiquiatra

www.doctorcarloschiclana.com

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