Los nuevos alienados

                Casi todas las semanas viene alguna persona a la consulta diciendo que se encuentra perdida, que no sabe qué hacer con su vida ni por dónde tirar. A veces es porque están sufriendo una enfermedad, pero otras es porque llevan bastantes años dejándose llevar por las ideas de otros, sin pasarlas por el filtro de su corazón ni de su cabeza.

                Si Marx o Feuerbach levantaran cabeza se quedarían asombrados de la capacidad de alienación del hombre y de la mujer actual. La alienación supone la pérdida de la propia identidad y el volverse contradictorio a lo que se esperaba de su condición de ser humano. Algo así dice Amaral en su “Blues de la generación perdida”: Dices que sólo soy una veleta / A la que el viento se lleva sin querer / Dices que sólo soy una cometa / Que se eleva y que un día va a caer.

                Cuando atiendo a esas personas, me da pena por la situación, pero a la vez me da alegría porque ya están saliendo de la pecera. “Hace mucho que sé que el destino final es la pecera pero tengo muy claro que yo no iré a la pecera jamás”, afirmaba la protagonista de “La elegancia del erizo” con temor a permanecer sin libertad como un pez en una pequeña pecera doméstica. A día de hoy tener un criterio propio, que no esté marcado por una moda, por una institución, por un partido, es algo que escasea. Hasta el punto de que podemos volvernos convencionales, poco “original y acomodaticio” o “relativo al convenio o pacto” según el DRAE.

                Por las mañanas cuando te acercas con el coche a la rotonda, ves que todo el mundo hace la cola en el carril izquierdo. Tú, que ves el carril derecho libre sigues recto y te incorporas respetando el código de circulación, pero sin sumarte al pacto o convenio establecido por el que hay que hacer una cola en la rotonda. Cuando adelantas por tu carril, los de la izquierda te miran mal, como si no estuvieras de acuerdo en que por las mañanas has de llegar fastidiado a trabajar después de pillar algún atasco. No respetas ese acuerdo tácito que nos pretende hacer a todos iguales, sometidos, sumisos, planos, personas de traje gris.

                Así lo expresaba Beatriz en un correo electrónico: “Estoy muy cansada de la doble moral. Estoy cansada de los inquisidores y de los juicios de valor de personas que ni tienen juicio, ni valor. Estoy cansada de las etiquetas. Estoy cansada de gente absurda. Estoy cansada de gente superficial. Estoy cansada de los chicos que miden por "estrecho para ti pero ancho para mí". Estoy cansada de los mediocres que te hacen sentir mal por tener curiosidad por saber y conocer. Estoy cansada del paleto de Madrid.”. Del madrileño se espera universalidad, pero si se vuelve convencional, pasa a ser un paleto más. ¿De Madrid al cielo? De Madrid al suelo.

                En esta época de desbarajuste ético en la que nos faltan anclajes y raíces, las personas necesitan de algo que les de seguridad: una selección nacional que gana, un héroe deportivo, las leyes jurídicas, los consensos de las comunidades de vecinos…

                Parece que estar en ese lugar (de moda, de trabajo) o en esa institución (cultural, religiosa, de vecinos) o seguir a alguien de éxito (deportivo, musical) da a la persona la identidad del lugar, de la institución o de la otra persona, pero como bien explica Fito Paez “Lo que me llevará al final / serán mis pasos no el camino”, si tú no eres el que hace ese algo, no llegarás al final y origen de ti mismo.

                Sólo por estar, cumplir o seguir no se llega. Estar, cumplir o seguir sin más, es alienarse con una sociedad más o menos grande que te haga olvidar tu identidad y te impide enfrentarte contigo mismo, resolver tus dudas y conflictos, diseñar un proyecto vital coherente con tu condición de persona y dar continuidad diaria a ese proyecto.

                ¿Qué prefiero? ¿Parecerme a Jesús Neira, que será todo lo que queramos pero no es convencional, o parecerme a cualquiera de los transeúntes romanos que ignoraron que una chica yacía en coma en medio de una estación? Parece más saludable ser un rebelde sin causa o un revolucionario equivocado, que un individualista convencional y relativista.

 

                He estado durante doce años en un colegio que estaba lleno de curas. Nunca jamás ninguno me puesto la mano encima en ningún sentido. Si lo hubiera hecho quizá hubiera reaccionado como me contaba una chica que estudiaba en un colegio de monjas de un pueblo de Castilla León: “un día hice algo mal, no recuerdo qué, pero sí recuerdo que una de las monjas me dijo que extendiera las palmas de las manos. Se acercó con una regla de madera y me golpeó fuerte en la palma izquierda. Como un resorte mi mano derecha se activó y le di tal bofetada a la monja que sus gafas volaron unos cuantos metros. Me echaron tres días, pero no me volvieron a tocar. No guardo rencor, mantuve mi autonomía y mi forma de pensar. Cada cual actuó como consideró que debía hacerlo”. Desde luego esta chica no fue convencional ni acomodaticia.

                Si hay algo que impide alienarse y convertirse en convencional es el amor. Tú eres único, irrepetible, con capacidad de amar y ser amado. El amor a ti mismo, a tu familia, a tus amigos, a tu trabajo, a Dios, a tu país, a tu pueblo… te hará actuar de forma creativa y tu amor siempre será original, sólo tú puedes querer con tu amor. Sólo tú puedes darlo y pasar de ser individualista a ser protagonista, de ser relativista a considerar el valor absoluto del amor y la verdad, de ser convencional a ser original y auténtico.

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