Formarse para progresar en la relación de pareja

De vez en cuando, los medios de comunicación nos regalan historias de amor verdadero, no solo capaces de durar en el tiempo, sino de aportar felicidad y satisfacción vital a sus protagonistas. En concreto, hace tiempo leí el testimonio de una pareja de ancianos que celebraban sus bodas de oro. Ante la pregunta de si se seguían queriendo tanto como el primer día, contestaban que no… ¡que mucho más!

Estas historias nos hacen seguir creyendo en el amor y son muy necesarias hoy en día para no dejarnos llevar por el desánimo que nos traen las estadísticas. Según los últimos informes del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2020 se produjeron 91.645 divorcios y uno de cada tres tuvo lugar tras más de 20 años de matrimonio. Lo que no muestran los números es todo el sufrimiento que hay detrás, tanto de los cónyuges como de su entorno. De acuerdo con numerosos estudios, las consecuencias de las rupturas impactan en ámbitos que van más allá de la relación, como la salud personal y el rendimiento laboral.

El sociólogo y filósofo Zigmunt Bauman realiza un análisis muy esclarecedor acerca de cómo nuestra sociedad, y nuestra vida de relaciones especialmente, está caracterizada por una especie de paradoja existencial: el vértigo con el que vivimos hoy, el estado “líquido” de nuestros sentimientos, la inestabilidad de nuestros cimientos hacen que nos sintamos cada vez más solos, más vulnerables, más frágiles… y necesitados de otra persona que nos haga sentir importantes.

Esta necesidad de “anudarnos” -en algunas ocasiones bajo la forma de dependencias afectivas o relaciones tóxicas- está unida también a la condición de que ese “nudo permanezca flojo” (en palabras de Bauman).  Necesitamos estar juntos, pero no tan fuertemente anudados. Unidos, pero que exista entre nosotros una distancia suficiente como para poder desvincularme, cuando así “lo sienta”.

Así, fascinadas por la lógica de la inmediatez que prima en nuestro mundo moderno, muchas parejas viven su relación como en un permanente estado de “adolescentización”, reflejado en expresiones como “ya no siento ganas de seguir contigo”, o “quiero que esto se solucione ahora mismo”. 

Pero si aspiramos a tener un amor auténtico o “amor del bueno” como el de los ancianos con los que comenzaba este artículo, no podemos depender exclusivamente de nuestros sentimientos. Como asegura Erich Fromm: “El amor es una decisión, un juicio, una promesa. Si el amor fuese solo un sentimiento, no habría base para prometerle amor eterno a alguien. Un sentimiento viene y se va. ¿Cómo puedo decidir que me quedaré para siempre, si mis actos no incluyen juicios y toma de decisiones?”.

La auténtica vida conyugal trasciende el mero sentimiento, implica voluntad y decisión. Eso requiere priorizarla, invertir en ella esfuerzo y tiempo.

Está claro que para alcanzar un mayor éxito profesional buscamos constantemente oportunidades para perfeccionarnos, aprender nuevas habilidades, dotarnos de mayores recursos personales que nos permitan adaptarnos a nuevos contextos y nuevas situaciones… Puedo decidir si invierto recursos -una vez más, esfuerzo y tiempo- para avanzar en mi carrera profesional (cursos de formación, capacitación, etc). También puedo decidir quedarme con lo que aprendí en mis años de universidad y, en consecuencia, me resultará muy difícil salir de mi estancamiento laboral.

Esta lógica que tenemos tan clara en nuestra faceta profesional no nos resulta tan obvia para nuestra vida personal y, en concreto, para nuestra relación de pareja. Pensamos que ya lo sabemos todo sobre el amor. Nada más lejos de la realidad. 

 

Es cierto que muchas personas se nutren de libros de autoayuda, cursos y programas variados para alimentar y fortalecer su yo. Esas opciones pueden resultar muy útiles en el nivel personal, pero si queremos reconducir, fortalecer, cultivar, reavivar nuestra vida en pareja, debemos aspirar a algo más. Debemos orientarnos hacia el proyecto común, no hacia la suma de dos individualidades sólidas. 

Así, es necesario encontrar tiempo para continuar formándonos junto con nuestra pareja -y estar ilusionados por realizar el esfuerzo-. No hace falta estar pasando por un mal momento para acudir a ellos, del mismo modo que no solo asistimos a cursos profesionales cuando estamos en paro. La prevención es la mejor manera de evitar situaciones al borde del precipicio.

Actualmente existen numerosas instituciones que ofrecen cursos y programas para identificar fortalezas y nuevas áreas de crecimiento en la relación. Ofrecen herramientas y competencias necesarias para afrontar con éxito las situaciones que ponen contra las cuerdas la fortaleza y la felicidad. En ellos, las parejas pueden encontrar espacios de reflexión en los que pueden aplicar los conocimientos adquiridos a su situación real y específica. 

Junto con esto, otra propuesta más informal es ver vídeos de Youtube, películas o documentales y dialogar en torno a ellos, así como leer y comentar buenos libros que aborden de manera inteligente y profunda cuestiones candentes: las crisis conyugales, la comunicación, el reparto de tareas, la educación de los hijos y la vida sexual, entre otros. 

En definitiva, se trata de encontrar momentos y oportunidades no solo para hablar, sino para enriquecernos con nuevas perspectivas e ideas sólidas. Trascender nuestra perspectiva “de siempre” nos hace ver el día a día de otro modo, afrontar nuestra relación de forma renovada y, en definitiva, avanzar con pasos firmes hacia un futuro conjunto más prometedor.

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