Esperanza Aguirre puede ya ser Margaret Thatcher

“Esperanza Aguirre querría ser Margaret Thatcher”. Así se contó en las páginas de ECD no hace mucho (léalo aquí). Se explicaba que tiene un personaje modelo, alguien que le sirve de ‘inspiración’ y al que seguir políticamente: Margaret Thatcher

La presidenta madrileña se declara, en efecto, acérrima partidaria de los valores y puntos ideológicos en los que basó su actuación la que fuera primera ministra del Reino Unido. “Siempre ha querido imitarla”, comentan personas de su entorno íntimo. Y ella define así la política de la líder conservadora británica: “Libertad económica, valores cristianos y conservadores tradicionales, y patriotismo británico”.

Personas que la conocen bien, y que departen con la presidenta en el día a día, aseguran que Aguirre ha leído numerosos libros, artículos y recortes de prensa sobre su “admirada Margaret Thatcher”. Y concluyen: “Quiere parecerse a ella”. Tan es así que, en alguna ocasión, para tratar de que diera marcha atrás en una determinada medida, sus colaboradores se dirigieron a Aguirre utilizando este argumento: “Espe, tu admirada Thatcher no adoptaría esa decisión”. Y la presidenta rectificó.

Conocida como ‘la dama de hierro’, afrontó en 1984 una huelga salvaje de los mineros británicos que estuvo precedida por tres paros generales. Las calles se convirtieron en campos de batalla, hubo enfrentamientos con la policía y decenas de heridos, y la actividad industrial se paralizó en gran medida. Pero Thatcher optó por no ceder: aguantó hasta el final, ganó el pulso, y con ello el sindicalismo británico sufrió una debacle de la que aún no se ha recuperado, y que está en la base de la apreciable paz social que disfruta el país. Los sindicatos dejaron de ser una fuerza relevante y protagonista.

La huelga del Metro, una oportunidad

Bueno, pues ahora Esperanza Aguirre tiene una oportunidad de oro para ser Margaret Thatcher. La huelga que le han planteado los sindicatos mayoritarios, a través del Metro de Madrid, puede ser la ocasión de imitar aquella reciedumbre y determinación de la “dama de hierro”.

¿Qué ha ocurrido en la huelga del Metro? En síntesis, que las centrales sindicales grandes, Comisiones y UGT, acoquinadas porque no se atreven a movilizarse contra el Gobierno en contra de los recortes sociales, han concebido la genialidad de patear el culo de una ciudad y una comunidad autónoma en los que gobierna, con muy amplio margen, el Partido Popular. Por lo visto, pensaban que paralizar un servicio tan crucial como el transporte subterráneo provocaría un caos tal que penalizaría gravemente a la Comunidad y al ayuntamiento.

Y han cometido un error de libro. Las incendiarias tomas de posición de los líderes sindicales, aireadas en los medios de comunicación, tal como si ésta fuera la España del siglo XIX y ellos los sindicatos tremendistas del anarquismo, la bomba y la pistola; la amenaza de “reventar Madrid”; o la proclama “Si nos tocan los cojones somos capaces de cualquier cosa” en boca del principal dirigente de UGT, han desvelado con quiénes nos estábamos jugando los cuartos. Esas actitudes les han desenmascarado, y el público se ha percatado bien de lo que estaban pretendiendo y con qué medios.

Su fallo más importante aún ha sido no respetar los servicios mínimos. Al españolito de a pie le parece muy bien que exista el derecho de huelga, y que se pueda ejercitar con cierta normalidad, incluso aunque ello le suponga en alguna ocasión incomodidades y problemas. Lo asume como uno de los precios, gustosos, que tiene la democracia. Pero no admite, de ninguna manera, que se incumplan las leyes. Y más en concreto, que las organizaciones que convoquen paros y huelgas no respeten los servicios mínimos. Eso, ya, no. La ley es la ley, y debe acatarse.

 

La batalla de la opinión pública

Se añade que los principales perjudicados de una huelga así han sido la gente de a pie, los sectores manos pudientes, los trabajadores de base. Encima, en momentos de crisis económica, cuando nadie desea poner en riesgo el puesto de trabajo, estos días les estaban bloqueando su derecho a trabajar… Así que parece que se va a acabar eso de tomar como rehenes a los ciudadanos para conseguir reivindicaciones particulares. Y bastante dudosas porque, al hilo del conflicto, se ha ido sabiendo lo que ganan los conductores del Metro, el régimen de libranzas y la ilimitada cifra de bajas médicas que registra la empresa.

Por todo ello, la opinión ha reaccionado mayoritariamente en contra de los sindicatos y de los huelguistas del Metro. Las centrales se dieron cuenta de que el conflicto se estaba pudriendo, que se las iba de la mano, y ahora están tratando de corregir un tiro que ha salido por la culata.

A propósito de este episodio, pero con el recuerdo de conflictos semejantes anteriores, aumenta el clamor que pide que se frene a los sindicatos. Porque otra de las batallas que han perdido los convocantes de la huelga del Metro ha sido la de los medios de comunicación. De forma que han proliferado las columnas y opiniones que reclaman que, de una vez por todas, se regule la actuación de las centrales, y, en concreto, se limite un derecho de huelga que no es absoluto, y menos aún cuando, en su ejercicio, se impide otro más radical: el derecho a trabajar reconocido en la Constitución.

Al mismo tiempo, se debate ahora, con más intensidad que nunca, sobre la existencia y papel de unos sindicatos como los españoles, que, entre otras taras, apenas consiguen afiliados pero se arrogan la voz de todos los trabajadores. Y que se nutren de la ubre de los presupuestos del Estado. Algunos analistas llevan tiempo proponiendo que, a semejanza de lo que ocurre con la Iglesia católica y con las ONG’s, la asignación a los sindicatos se articule por el sistema de la crucecita en la declaración de la Renta. Sería ilustrativo comprobar cuántos rellenan ese recuadro.

Desde el PP ya se está planteando que, de momento, se rebaje la subvención estatal a los sindicatos. Tendrían que sentirse avergonzados de vivir a costa de los demás, de sostenerse con el dinero de los españoles, que además han dicho un claro ‘no’ a los sindicatos, visualizado en su posición de no afiliarse.

La transición sindical pendiente

Nuestro sistema sindical es un resto del franquismo. Las centrales hoy mayoritarias surgieron con un planteamiento de lucha política contra el régimen, convertidas en arma de los partidos y por tanto a su servicio. Y esa herencia no ha sido superada.

Hay algunos cultivadores de la teoría política que sostienen que la transición todavía resta inacabada, y que no quedará definitivamente culminada mientras no se produzca una reforma laboral de fondo.

Así que los sindicatos han escogido un mal momento para hacerse antipáticos, en la medida en que crece la opinión de que es urgente recortar sus poderes. En distintos ámbitos. Y uno muy claro en lo referente a la negociación colectiva: no tiene ningún sentido que se aborde con nivel nacional, pero menos aún en este momento de crisis para la economía y las empresas.

Una reflexión más. Los sindicatos, CCOO y UGT sobre todo pero también los demás, no representan los intereses de amplísimos sectores de la sociedad. Suponiendo que fueran la voz de los trabajadores, hablarían por aquellos que disfrutan de un empleo (son sindicatos de gente que ‘tiene trabajo’), pero no en nombre de colectivos tan numerosos como los parados (cuatro millones), los autónomos, los jubilados…

Cuatrocientos despidos… definitivos

La consejería de Transportes de la Comunidad de Madrid va a sancionar con el despido a aquellos trabajadores del Metro que fueron convocados para atender los servicios mínimos y sin embargo no comparecieron en el puesto de trabajo. Se baraja la cifra de cuatrocientos expedientes.

Aquí es donde Esperanza Aguirre se enfrenta a la oportunidad de remedar la épica actuación de la Thatcher.

Lo habitual hasta ahora en los conflictos laborales es que, cuando se negocia el acuerdo que pone fin al problema, una de las condiciones impuestas por los sindicatos, y que las empresas aceptan, es la readmisión de quienes fueron despedidos durante la pelea laboral. Las direcciones prefieren ahorrarse problemas y ceden.

Como digo, podría ocurrir que la presidenta madrileña, en la línea de su predecesora británica, se arremangara y decidiera aplicar de modo tajante los despidos. Es previsible que, en ese caso, el resto de la plantilla, azuzados por los sindicatos, se planteen volver a los paros. Si Esperanza Aguirre aguanta el nuevo reto y se mantiene, si soporta el posible desgaste de otro bloqueo del transporte subterráneo, lo normal es que al final gane, como ocurrió con Thatcher. Y los despedidos quedarán eso, despedidos.

Si algo así llegara a ocurrir, hasta podría ser beneficioso para el conjunto del país. Porque se habrían puesto unas evidentes barreras, infranqueables, a los sindicatos. Que se pensarán mucho, la vez siguiente, eso de secuestrar a la población de una ciudad como Madrid por el ilegal procedimiento de no cumplir la ley y los servicios mínimos. Una práctica que hasta ahora les ha salido gratis.

Y Esperanza Aguirre habrá sido, al menos en esto, Margaret Thatcher.

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