Del Titanic al boxeador groggy

La impresión que en estos momentos produce el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, y a su lado el partido socialista, es casi de derrumbe. El Gobierno hace aguas por todas partes, a semejanza del famoso trasatlántico aparentemente insumergible (“esto no lo hunde ni Dios”, habían proclamado), herido de muerte por un iceberg y viviendo sus últimas horas. Y el partido tampoco levanta cabeza

El iceberg es la crisis económica, junto con la incompetencia manifiesta para gestionar el país. La convicción ahora se resume en que el daño, la brecha causada, ya no tiene arreglo: el hundimiento final del barco es solamente una cuestión de tiempo: lo que se tarde en celebrar nuevas elecciones generales. Y cada día son más intensos los rumores que apuntan, con fundamento o sin él, a un adelanto para este otoño.

Ambiente de profundo desánimo

El ambiente que se respira en los despachos de la calle Ferraz y en los pasillos de los ministerios más afines es de desánimo absoluto. Reina el pesimismo. Lo comentan quienes frecuentan esos ámbitos. No existe la menor confianza en una recuperación. A lo más que se aspira, y eso sólo algunos, es a minimizar la derrota: que no se convierta en una hecatombe que les condene a un decenio de oposición.

Como ocurrió al Titanic herido de muerte, el barco se va hundiendo poco a poco pero irremisiblemente. Tripulación y viajeros saben que es el final y que, lamentablemente, los botes de salvamento resultan insuficientes para salvar a todos. Ahora se está en el momento de que decidir quiénes suben a uno de ellos, y quiénes no van a tener sitio y se ahogarán con el barco.

El boxeador groggy

La situación del boxeador groggy se resume en que teóricamente sigue combatiendo. Aún no está en la lona. Continúa de pie en el ring, pero ya no sabe lo que hace: tiene la mente en blanco, y se tambalea mientras instintivamente trata de mantener la guardia, con los brazos arriba y el rostro entre ellos para eludir nuevos castigos.

Esa impresión han dado los movimientos del Gobierno estos últimos días. Un dato, que es algo más que una anécdota: el argumentario sobre la decisión de rebajar la velocidad máxima a 110 kilómetros por hora llegó a algunos ministerios concernidos dos días después de que en Moncloa se anunciara la medida.

El inventario de malaventuras se nutre con casos recientes como la incompetencia manifiesta a la hora de comunicar de modo razonable y eficaz la hospitalización de Rubalcaba. Con la incapacidad para afrontar el atasco de la semana pasada en la autopista de La Coruña por la nieve. O con el anuncio de la huelga del personal de AENA, que pronostica la paralización de los aeropuertos en Semana Santa y en verano. Entre otros desastres.

 

Por si faltara detalle, hay que añadir la insólita suspensión del mitin de inició de la campaña electoral que iba a celebrarse, como siempre, en la plaza de Vista Alegre. Pero más aún el argumento para esa decisión, que se resume en que no quieren ‘sacar’ a escena a su líder, Rodríguez Zapatero.

Si sus propios correligionarios no confían en el jefe de filas, difícil va a ser que el resto de la ciudadanía le respalde. Quizá no se percataron de que iba a entenderse así, y entonces demostrarían incapacidad manifiesta para el razonamiento político más elemental. Pero, si lo conocían y han seguido adelante, entonces han condenado anticipadamente al presidente y secretario general.

La orden de anular el acto ha partido de un hoy oscurecido y disminuido José Blanco, responsable de la estrategia electoral, y a quien, para colmo de males, hasta le adjudican un supuesto viaje en helicóptero oficial a Baiona (Pontevedra) sólo para dar el pésame a un amigo. 

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