Zapatero no está muerto (políticamente)

Personas que han conocido más de cerca al presidente del Gobierno, le han escuchado y han estudiado sus comportamientos, han llegado a esta conclusión: Rodríguez Zapatero tiene una sola y elemental meta, ganar las elecciones. Es su credo, su ideología política y su estrategia. Y todo lo demás resulta secundario y al servicio de tal objetivo.

A esa meta, ganar elecciones, lo supedita todo. Y cuando se dice todo, quiere decir todo: ideas, personas, el interés general o la palabra dada.

De acuerdo con esos análisis, cuando Zapatero cambia de rumbo, se desdice de sus promesas, aparca a uno y eleva a otro, al que luego dejará caer también, no es que en su fuero interno aplique el principio del “todo vale”, sino que ni siquiera considera tales comportamientos: no les da importancia. Para él no son bandazos o contradicciones, sino, al contrario, decisiones llenas de coherencia, consecuentes con el objetivo único de ganar las elecciones.

Si hasta aquí ha acreditado una evidente habilidad para recomponer y recuperar, no habría que descartar que, a pesar de la mala situación suya, y del Gobierno y del partido, de aquí a 2012 encuentre la clave para volver a ganar. El movimiento que acaba de hacer, con la remodelación de Gobierno y la entronización de Rubalcaba y demás compañeros, va en esa dirección.

Así pues, para entender a Zapatero hay que aplicar esa clave. Cuando decide algo y dice algo, es porque es lo que en ese instante le parece lo conveniente desde el punto de vista electoral; pero no tiene el menor reparo en hacer lo contrario media hora después, si en ese momento lo que ventea es otra cosa.

Aunque pueda parecer un proceder caótico, y seguramente lo es, sin embargo lo cierto es que hasta ahora ha demostrado instinto para maniobrar y moverse al compás de los vientos electorales que en cada momento han soplado, para enderezar problemas, capear temporales y salir adelante como sea.

El comportamiento, aparentemente errático, del presidente del Gobierno, sus actuaciones sorprendentes e imprevistas, en tantos casos contradictorias consigo mismo, se clarifican algo aplicando este punto de vista.

Aunque sea de forma somera, veamos algunas de las paradojas ‘zapateriles’:

-Creyó que él solo iba a solucionar el problema del terrorismo en España. Y, sin preguntar a nadie (tampoco a Rubalcaba), puso en marcha la negociación con ETA, que acabaría con el atentado de la T-4. La posterior dureza que ha aplicado con la banda terrorista y los éxitos policiales, le han sacado indemne de aquella insensatez. Al menos para gran parte de la opinión pública.

 

-Ha ido soltando lastre sin pestañear cuando le ha parecido necesario, dejando por el camino no pocos ‘cadáveres políticos’, como Jesús Caldera, Jordi Sevilla, López Aguilar y ahora María Teresa Fernández de la Vega.

-Afirmó que aceptaría el Estatuto que llegara de Cataluña. Más tarde se puso de perfil. Y finalmente decidió tomar la iniciativa y aplicar el boca a boca a un texto que casi estaba muerto y enterrado. Llamó a Artur Mas a La Moncloa para resucitarlo juntos. Le prometió, a cambio, que en Cataluña gobernaría la lista más votada, y al final permitió que, por el contrario, quien se hiciera con la Generalitat fuera el socialista Montilla.

-Proclamó solemnemente que la paridad constituía el principio básico para configurar sus equipos de Gobierno. En esta última remodelación se lo ha cargado: ahora, en el Consejo de Ministros hay más hombres que mujeres.

-Anunció que la innovación era la llave del futuro de la economía española, y después ha recortado el presupuesto del ministerio que preside Cristina Garmendia.

-Declaró emblemáticos dos ministerios: Vivienda, calificado de ministerio estrella y donde colocó a Carmen Chacón, y el de Igualdad, un invento suyo. Los acaba de eliminar.

-Lanzó a los cuatro vientos la famosa Ley Economía Sostenible, que iba a ser la solución de las soluciones. Durmió el sueño de los justos en el Congreso de los Diputados y ahora no hay dinero para aplicarla.

-En uno de sus peores momentos, no dudó en ‘recuperar’ a Felipe González, a pesar de que, tras su llegada a la secretaría general del PSOE, había barrido concienzudamente cualquier vestigio del felipismo.

-Se la tenía jurada a Ramón Jáuregui, entre otras cosas por su posición en el congreso del partido. Lo desterró a Estrasburgo. Y no ha tenido el menor reparo ahora en recuperarle y llamarle a La Moncloa, a formar parte del núcleo duro que tomará las decisiones en el Gobierno.

-Nombró a Leire Pajín para llevar el partido, en contra de la opinión de José Blanco. Ahora la ha quitado sobre la marcha, por el procedimiento de nombrarla ministra.

-Declaro públicamente, este último domingo, que sólo habría “un cambio de ministro”, y el lunes decidió dar un vuelco total al Gobierno.

No se trata de una enumeración exhaustiva, ni mucho menos, entre otras cosas porque faltaría espacio. Son sólo ejemplos ilustrativos.

Y, en todos esos casos, para Zapatero no hay incumplimientos, contradicciones o traiciones personales. Son solamente movimientos tácticos en función de la coyuntura electoral. A lo que miraban fue a lo que en cada momento parecía oportuno. Y por eso no sufre el menor remordimiento.

Zapatero hará lo que sea preciso, sin dudarlo, para volver a ganar las elecciones generales. Cualquier cosa. Y eso le convierte en temible. Pero más aún tras llamar a su lado al siempre inquietante Alfredo Pérez Rubalcaba.

Por eso decía al principio que, quienes piensen que habrá cambio de ciclo en 2012, han de prepararse para la decepción. Y muy especialmente han de cuidarse Mariano Rajoy y sus asesores en el Partido Popular. Ellos sobre todo.

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