Amistad verdadera, motor de progreso

¡Qué bien nos va a todos la excusa del descanso para tomar un té frío o una cerveza con amigas y amigos! ¡Qué disfrute ver en alegre conversación a grupos de jóvenes charlando amigablemente en las variopintas y frecuentadísimas terradas de bar de nuestras calles y plazas! ¡Qué necesitados estamos de ejercitar la conversación, de entablar amistad!

Una buena muestra de cómo ponemos en valor la existencia de cada uno de nosotros podría ser cómo nos desvivimos en crear vínculos, establecer relaciones de amistad y ámbitos de convivencia amplios. Es así como el hombre y la mujer crecen biológicamente y se desarrollan personalmente. Esto ha de ocurrir en todas las etapas de la vida, no sólo en la niñez y la juventud, sino también en la madurez y en la ancianidad.

Todas las personas necesitamos introducirnos en la realidad con amor y conocimiento. Sabemos que la educación es la base para edificar una trayectoria personal adecuada. Vamos, pues, a cautivar con argumentos positivos, a entusiasmar con los valores, a seducir con lo excelente. Y para ello, también con la amistad vamos a comunicar conocimientos y promover actitudes, o sea, salir de nosotros mismos, formarnos y conocernos mejor, para servir a todos.

En lo que se refiere a los jóvenes de este jovencísimo siglo XXI, no olvidemos que, igual que siempre, son capaces de ser generosos, solidarios y comprometidos con causas que los movilizan; pero, ahora, tienen menos referencias sociales y sentido de pertenencia que los de anteriores generaciones.

Por eso, y porque nos jugamos la felicidad, propia y de los demás, viene al caso recordar aquello de Confucio, de hace ya la friolera de dos mil quinientos años: “Si queremos poner orden en el mundo, primero debemos poner la nación en orden. Para poner la nación en orden, primero debemos poner orden en nuestra familia. Para poner orden en la familia, hay que cultivar la vida personal. Y para cultivar la vida personal hay que poner el corazón en orden”.

Sí, necesitamos esta graduada escalera de apoyo como referencia para entrenarnos en buscar razones sólidas para la vida. Sobre ellas vamos a poder construir una existencia en plenitud, a pesar de las dificultades personales o del entorno. La inteligencia interpersonal e intrapersonal darán cuerpo a la inteligencia emocional, tan comentada y necesaria en nuestros días.

Por ejemplo, reconozcamos en el placer de la tertulia familiar y de la charla distendida entre amigos un gran medio de conocimiento, superación y progreso (mejor aún si además estamos viendo o comentando una victoria futbolística estupenda como la de ayer de España frente a Alemania). Pero sin acostumbrarnos a vivir constantemente a nivel afectivo y sensorial, en detrimento de la razón, en cuanto a conocimiento, memoria y reflexión.

Y es que, demasiado a menudo asistimos a conflictos entre personas que parecen en principio inteligentes. Enfrentamientos que casi nunca se deben a la complejidad de los asuntos que se debaten. Más bien encontraremos las causas en la complejidad de las conciencias, o en la falta de asertividad o de empatía.

Vamos a superar mediante la amistad las inercias inhumanas de una sociedad transida de escepticismo.

 

Vamos a conseguir, con una comunicación fluida, buen humor, un trato amable y sincero, un entendimiento intercultural que sume, sin tener que renunciar a los principios y valores propios.

Cómo no recordar también aquí al gran Eugenio d’Ors, en su decálogo para todo dialogante: I. Escucha a todos, sobre todas las cosas. II. Honrarás la educación que has recibido. III. No desearás atropellar la palabra de tu prójimo IV. No te acalorarás. V. No equivocarás. VI. No pronunciarás palabras agresivas. VII. No desearás tu monólogo frente al prójimo. VIII. Celebrarás la inteligencia de los demás. IX. No dialogarás en vano. X. Vence en el diálogo, pero convence.

En fin, no tengamos miedo a “perder el tiempo” en tertulias, coloquios, pláticas y carabas. Incluso cuando pueda quedar de manifiesto en la conversación alguna laguna de nuestro conocimiento o experiencia. No estamos solos en el mundo, los demás son referencia que nos mueve a actuar, a crecer, a triunfar, en lo más profundo de la expresión.

Aprendamos cada día de los demás, sin instrumentalizar la amistad, con una recepción activa y generosa de lo exterior a nosotros. Y los demás seguro que también van a disfrutar de nuestra buena compañía.

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