Estudiar no es igual a aburrirse

“Estudiar no es igual a aburrirse”, este es el título de una obrita de hace unos años que uno de mis hijos encontró en la biblioteca familiar. Me alegró que lo leyese y que le “sacase punta”. La verdad es que todos los padres y madres de familia tenemos en los estudios de los hijos una importante ocupación.

Considero que, vistos los índices de fracaso escolar -el abandono prematuro estudiantil ronda el 30%- y con colegios públicos y privados con mejores medios y menos alumnos por aula, parece claro que uno de los posibles factores a analizar es la actitud que a menudo adoptamos cuando las cosas cuestan. Por ello, conviene recordar que, aunque no esté de moda, la cultura del esfuerzo no es incompatible con el placer de aprender de los estudiantes.

¿No les parece que para conseguir unos resultados educativos de calidad es preciso realzar la figura de maestros y profesores? Además, ¿alguien puede ignorar que la educación familiar ha de tomar un nuevo protagonismo, con el cuidado en los detalles, los hábitos de orden, la constancia o la sobriedad?

Pero para que estos profesionales “funcionen” y su equilibrio y profesionalidad no sea flor de un día, es preciso que los centros de enseñanza tengan un clima educativo en el cual se pueda trabajar. Aunque necesariamente serán complemento y continuación de un trabajo previo y primordial de padres y madres. Estos hacen que, al insistir en la realización esmerada y perseverante de las pequeñas tareas, la voluntad de los más jóvenes, y de todos, se ejercite y se fortalezca.

A ver si despertamos ya del sueño progre que hablaba de la bondad natural del niño y afrontamos la educación como una cuestión de Estado. A ver si superamos la relativización de contenidos y evitamos tratar los procedimientos como si su sola presencia ya fuera certificado de garantía pedagógica. A ver si conseguimos que la autoridad del profesor deje de ser siempre puesta en tela de juicio.

Sí, mi opinión es que deberíamos ser más críticos con los múltiples vendedores de humo o de cosas absurdas, que no acaban de satisfacer a nadie, o con algunos programas televisivos que venden un éxito de “todo a cien”. Es así que también en los centros educativos se ha de evitar reproducir modelos sociales que premian y sobrevaloran la eficacia y la rentabilidad sólo de la cantidad de lo que se aprende, y se descuida el ser mejores motivadores del conocimiento y generadores de una visión global –sabiduría- sobre lo significan esos nuevos conocimientos y hábitos adquiridos.

¿Qué hacer, pues? Lo que ya hacemos pero potenciando el trabajo cooperativo, a la vez que la responsabilidad personal. En síntesis, trabajar un clima de buena convivencia y confianza ayudará a que pequeños y grandes desarrollen sus voluntades.

Es claro que hemos de evitar que los retos parezcan ser algo del pasado en grandes sectores de la sociedad. Precisamos de cierta épica en el estudio y en el trabajo bien hecho. Padres y educadores estamos especialmente obligados a ello, y los poderes públicos, los colegios profesionales, los sindicatos, han de ser un apoyo directo no una burocrática rémora de piñón fijo.

Precisamos de los jóvenes para descubrir, todos, nuevos horizontes y hacer avanzar juntos la sociedad: humanizar empresas, universidades, instituciones y parlamentos. Esto no debería ser objeto de polémica partidista. Y medio necesario es no caer en el afán por el triunfo externo, el de los escaparates luminosos, los focos y el espectáculo fácil.

 

El esfuerzo se asume y se aprende, sobre todo, cuando la tarea tiene sentido. Y para eso el ejemplo de padres y educadores es crucial: La pasión por la sabiduría ha de ser vista y vivida como servicio y desarrollo personal y social. ¡Que gran estímulo para que estudiar no sea igual a aburrirse. Que en ese afán estemos todos.

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