Preparar el futuro

No les parece que en tiempos procelosos parece que nos disponemos mejor a ceder, a buscar acuerdos, a buscar más lo que nos une que lo que nos separa. Sí, es un buen momento para que recuperemos aptitudes y disposiciones para mejorar el ambiente que nos rodea y a nosotros mismos.

Si nos centramos en la familia, con sus estupendos paralelismos que encontraremos en cualquier actividad humana, podríamos hablar de los encargos o pequeñas tareas domésticas, como eficaz medio de educar para la convivencia. ¡Cuántas veces habremos hablado en casa de esa distribución de tareas! ¿Verdad? Es lógico. Queremos mostrar a los más jóvenes que todo lo que hacemos o dejamos de hacer afecta a los demás, que podemos ser generosos haciendo bien nuestros encargos, pero también al reconocer, valorar y agradecer cualquier servicio.

Estemos seguros que incluso el tiempo libre, que muchos empiezan ya a gozar, es una magnífica ocasión para convertirlo en tiempo para ser más libres. Pues una forma adecuada será pararnos a pensar cómo nos relacionamos con los demás, ya sea en el ambiente familiar, de aficiones o laboral.

También es cierto que la participación en una tarea, ya desde edad temprana, sirve para educar la responsabilidad. Empieza cuando los más pequeños aprenden a valerse por sí mismos: a vestirse solos, arreglarse, cuidar su ropa, cepillarse los dientes, limpiar sus zapatos, etc. Son los encargos que podríamos llamar “de autonomía”. Además, incluso empiezan a realizar cosas sencillas, esporádicas o permanentes, que son un servicio a los demás: comprar el diario, poner o quitar la mesa, cerrar persianas, limpiar una zona del salón, vestir a la peque o regar plantas.

Pero, a veces hay padres tan deseosos de evitarles cualquier trabajo a sus hijos, que no les dan posibilidades de participar en el ámbito familiar. Otros padres piensan que sus hijos son demasiado pequeños para hacer algo en la casa. Pues bien, conviene decir que el trabajo de los hijos no es importante por el esfuerzo que ahorra, sino por cuanto contribuye a su propia mejora personal, ya que así se les ayuda a aprender a trabajar y a buscar realmente el bien de los demás.

También es cierto que hemos de ser flexibles en las oportunidades de colaborar en la casa. Sabemos que la participación es un derecho y un deber de cada miembro de la familia. Así, con buen ambiente y ejemplo, facilitamos la unión entre todos.

Por otra parte, nos interesa proponer y realizar los encargos en un ambiente de alegría. De esta forma toda fatiga y esfuerzo se aligeran, lo que hace ver la responsabilidad no como una carga, sino como una entrega gustosa en beneficio de todos.

Para ser eficaces conviene poner en práctica una supervisión positiva y entusiasta que anime a realizar las tareas encomendadas. ¿Cómo?   No existen fórmulas mágicas.

En cada hogar, según su estilo y prioridades, se puede organizar de muy diferente manera. En todo caso siempre será necesario cierto trabajo de equipo, tan valorado como será después en los ambientes profesionales.

 

Podríamos decir que, en los tiempos que corren, tenemos más dificultades para la colaboración e interacción familiar. Madre y padre trabajan, sí, pero es necesario dar orden y prioridad a todas nuestras obligaciones y aprender a vivir con ellas.

Sabemos que quien está a la cabeza de un equipo humano tiene la obligación de organizarlo. Marchará todo sobre ruedas si conoce muy bien a cada miembro de su grupo, sabe cuáles son sus talentos y flaquezas, y le pide colaborar en aquello que hará bien o que significa una mejora para él mismo.

En las familias, como en cualquier empresa, pasa igual: todos luchan para que la convivencia sea agradable para todos, y esa buena convivencia nos forma como personas cabales, nos hace expertos en humanidad, entrenados en la generosidad y la fortaleza, que son imprescindibles para preparar para la vida a los más jovencillos.

Tener un encargo en la casa es tomar parte en una tarea común. No es una actividad aislada que la “cumplo” y ya está. Es un medio más de colaborar.

El compromiso en una tarea familiar es algo serio y personal, pero lo hemos de facilitar, hacer agradable. Hemos de ayudar a elevar la visión de quien tiene ese detalle de servicio en el hogar. A vivirlo como una habitual muestra de gran estima.

Además, cualquier encargo bien hecho, aunque sea muy sencillo, muestra a las claras que todos los trabajos son necesarios y por ello dignos de reconocimiento.

¿Cuál es vuestra experiencia en esto? Seguro que los directivos de departamentos de recursos humanos tendrían mucho que decirnos a los padres y madres de familia sobre el currículum implícito que saben ver en las entrevistas de trabajo que hacen cada día. Tantos detalles de virtudes humanas que observan y son, a última hora, garantía de un futuro trabajo responsable y bien hecho.

Que en ello sepamos ver una gran receta para la crisis actual y, en este final de curso, nos aventuremos a afrontar grandes proyectos, con el fino condimento de las pequeñas virtudes cotidianas, que harán muy felices a los demás y a nosotros mismos.

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