¿Progreso, o una docta ignorancia?

Como ocurre en la fábula de la zorra y las uvas, hay muchos que alguna vez vieron lo objetivamente bueno, pero cuando valoran lo costoso de alcanzarlo, se rajan y buscan atajos-excusas para relativizar –cuando no despreciar- lo que en el fondo saben que es humanamente mejor.

Influye también en esto un ambiente hedonista y comodón que ya se encarga de avisarnos de “lo verdes que están las uvas”, aunque en realidad estén en plena sazón. Es el engaño al por mayor que campa a sus anchas. Es abandonar principios e ideales, cambiándolos por las más bajas pasiones o abandonándolos en las caprichosas manos de cualquier gobernante presente o futuro, nacional o supranacional.

Sí, con mayor o menor desfachatez, políticos, medios de comunicación y jerarcas diversos nos dicen a los ciudadanos lo que debemos pensar, incluso lo que debemos desear. Por eso, creo que es muestra de una gran regresión intelectual decir que el progreso es una mera acumulación de bienes materiales, o ensalzar y promover el mimetismo cultural y de la moda como si en eso se basara la creatividad.

Por otro lado, también se ve que nuestras autoridades insisten en un substituir el “logo” –pensamiento, razón-, por el “mythos” –leyenda, símbolo-, con lo que consiguen unos nuevos “dioses científicos”, unos nuevos “dioses ideológicos” y unos nuevos “dioses de la fama”.

El caso es que, identificar progresismo con la izquierda es un gran error. Error que se presenta como una docta ignorancia que obliga a un laicismo furibundo, a una memoria histórica simplificadora y revanchista, a una alianza de civilizaciones cínica e irreflexiva, a una deformación de la naturaleza y de la condición humana.

¿De dónde sale si no, la Hypatía, sesgada en su figura y en su contexto histórico, de la última película de Alejandro Amenábar? ¡Una tan enamorada buscadora de la verdad como ella, cómo aborrecería las insensateces y los abusos de los que buscan imponer su ideología en cualquier rincón de nuestro país o del mundo!

Convengamos en que la cultura europea ha sido educadora por todos los lugares, aun con personales limitaciones y egoísmos, que crecen a la vez y junto a incontables vidas ejemplares y heroicas, generación tras generación.

Amigos, reconozcamos que los pueblos que ignoran su historia, o la reciben deformada, se ven obligados a caer en los mismos errores. Nos urge, pues, ir a la raíz de los problemas de nuestro tiempo, para ponerles freno. Pero sin confundir la libre conciencia del deber con el sucedáneo del “tengo derecho”.

Así, pues, algunos asuntos frente a los que cualquier demócrata honrado ha de estar especialmente luchador son, por ejemplo:

 

n       Leyes o intentos de leyes que atentan contra la vida o que no defienden ni garantizan la igualdad de los ciudadanos en todo el país.

n       Los parches ineficaces e imprudentes en economía y políticas laborales.

n       La fragilísima separación entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial.

n       El nepotismo y el amiguismo de políticos, para concesiones de favores y dineros públicos.

n       La partitocracia, que se aleja de la realidad y del interés general y, a menudo, margina las iniciativas de la sociedad civil.

n       El cuestionamiento de la objeción de conciencia en diversas situaciones límites, provocadas por los poderes públicos.

n       La efectiva pérdida de libertades de los padres para elegir la educación de sus hijos.

n       Las actitudes contemporizadoras y cobardes frente al terrorismo o a la inmigración inadaptada.

n       El poco respeto, de hecho, a la privacidad de las comunicaciones y a la libertad de expresión de los ciudadanos.

Pues, venga, tenemos el deber y el derecho de formarnos sobre qué es lo que pasa ahora en realidad y en forjar una recta conciencia histórica, saber la verdad de las cosas. Eso nos puede hacer realmente libres… E intrépidos, para, no siendo zorros pero sí prudentes, llegar a saborear las uvas en sazón, por elevadas que estén.

Comentarios