La clave

Al comienzo de este primer artículo no puedo por menos que agradecer al editor y al director de El Confidencial Digital su confianza y generosidad al franquear las puertas a esta columna semanal de opinión.

Desearía que fuera punto de encuentro dinamizador y agradable, estimulante y lúcido. Ya me lo irán diciendo ustedes pues querría que esta especie de tertulia semanal fuera amistosa y fluida, lejos de erudiciones ensimismadoras y cercana a los principales intereses de todos.

Considero que la lectura y la charla reposada no han de ser un lujo. Son una necesidad para aliviar las prisas y agobios que la vida moderna nos impone. Deseo que compartamos en estos diálogos cordiales la felicidad de intentar mejorar nuestra perspectiva ante las dificultades y retos cotidianos, de forma serena y constante.

Tan es así que, incluso para superar tiempos de crisis como los que estamos pasando, será preciso ser “cómplices” de una limpia solidaridad, contagiarnos del deseo de servir a todos, respetando la libertad y promoviendo la responsabilidad de cada uno.

Sin ir más lejos, me remito al discurso que en su toma de posesión del cargo hizo el pasado 20 de enero el nuevo presidente estadounidense, Sr. Barack Obama, en el que insistió expresamente en la “nueva era de la responsabilidad” y en la búsqueda decidida del bien común, exigiendo a los poderes públicos “gastar acertadamente, reformar malos hábitos y realizar nuestras funciones a la luz del día”. Esperemos que no todo se quede en palabras y en aparato escénico pues por aquí también notaremos las buenas o malas consecuencias.

Para trabajar con realismo por ese bien común, en cualquier lugar de este mundo globalizado vamos a necesitar sociedades y personas cultivadas e inconformistas. Es así que, también en España, nos jugamos todo con la educación, que no puede ser coto de estatalismos trasnochados e ideologizantes.

Una verdadera calidad educativa ha de tener a la familia como referencia imprescindible pues es la primera escuela de convivencia, donde cada miembro es querido por sí mismo, no por las cualidades que pueda tener si no por la inefable dignidad que tiene cada persona. Y tendremos claro que no es justo valorar la esencia de los problemas de diferente manera cuando nos afecten personalmente que cuando les afectan sólo a otros.

Considero que, con demasiada frecuencia, nos vemos víctimas de contextos desfavorables y que la clave del problema y su más adecuada respuesta ha de salir de nosotros mismos. Pensemos que todos influimos de alguna manera en los demás. Así, sea cual se nuestro nivel de responsabilidad o ascendiente, podemos y debemos aumentar la excelencia de las personas que tenemos al lado, pues son nuestra gran “circunstancia”. Que en eso estemos y que desde aquí podamos decir, con buen humor y magníficos lectores, aquello de D. José Ortega y Gasset, “Yo soy yo y mis circunstancias y sino las salvo a ellas no me salvo yo”.

Pues ¡ea!, luchemos todos para que los centros educativos y las familias, las entidades deportivas y culturales, los partidos políticos y las asociaciones profesionales sean un lugar donde se crezca con la alegría de ser comprendidos, se edifiquen virtudes y valores, se construya el entendimiento que, atraído por el bien, nos moverá a actuar, a ejercitarnos en una cultura cívica, alejada de palabreros buenismos y generadora de verdadero progreso. Y, claro, en estos inicios del siglo XXI con el necesario concurso de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías.

 
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