Que no son putas verbeneras

El pasado fin de semana, en una amigable y numerosa tertulia, salió a la conversación el desparpajo en la forma de vestir que, con los calores, ostentan especialmente las mujeres. En el grupo, hombres y mujeres criticaban la poca ropa de algunas féminas. Incluso tildándolas de putas verbeneras por pasear por el centro de nuestras ciudades, luciendo ebúrneos hombros y pronunciadas curvas.

Pero, por el contrario, otros contertulios animaban a ir tan cómodos por la calle como uno quiera, sin ningún tipo de pudor o detalle de sensibilidad. Antes y después, me indigné ante la crítica fácil y salté para poner algo de sensatez en el debate, pues no es un tema sin importancia.

¿No les parece que el amor a la belleza precisa de su justa medida, de una verdad de carácter ético? ¿No creen ustedes que es posible al hombre y a la mujer mostrarse muy atractivos sin ser una feria ambulante? Pienso que no va a depender de 2 ó 3 centímetros más o menos de falda, pero sí del modo y lugar, y de la actitud, con que hombres y mujeres nos presentamos en público y nos relacionamos.

El culto al cuerpo, tan viejo como el mundo, no es lógico que centre la vida afectiva de las gentes. Recordé entonces a C.S. Lewis, el magnífico escritor, especialmente conocido por los Cuentos de Narnia, que en su libro “Los cuatro amores”, viene a decir que es fundamental en la condición humana tener bien situados el afecto, la amistad, el eros y la caridad o el “genio del amor”.

Reconozcamos que hay un desparpajo que es desenvoltura, desenfado, sana frescura y elegancia. Pero hay otro que es descaro, insolencia y demasía; como una permisividad ilimitada en las costumbres.

Estamos todos muy faltos de nobleza moral, de reconocer en la gente no “cosas” más o menos agradables, ni peldaños para nuestro egoísta encumbramiento. Nos urge aprender a ver en la mirada, hombre-mujer y mujer-hombre, un apasionado principio de comportamiento, un acto de la razón y de la voluntad, que ayuda a ver lo bello con la máxima luz y comprensión.

Para nuestra felicidad es clave una cierta salida de uno mismo, con el goce de ser libres en los afectos y las pasiones. Entregándonos a la belleza del trabajo bien hecho, del servicio a la familia y a la sociedad entera y, a la vez, sin obsesiones de “mío, mío, mío”.

Niños, jóvenes y adultos precisamos orientación en el amor, poder descubrir en cada etapa de la vida las raíces profundas y prácticas que éste tiene en la esfera personal del hombre, en su íntima dignidad de cuerpo y alma.

Ya hay bastantes obstáculos, aquí y en tantas partes de mundo, que se interponen a que la mujer sea reconocida, respetada y valorada en su peculiar dignidad.

 

Por eso, salté y dije: ¡Que no, que no son putas verbeneras! Pienso que en las relaciones humanas, a la necesidad de amor se une íntimamente la necesidad de confianza. La vida social está herida en su origen por la falta de amor, y en todo su funcionamiento por la falta de confianza.

Es por eso costoso pero preciso un ejercicio noble de las relaciones humanas, con el objetivo de serenar y ampliar la buena convivencia. Para ello se ha de educar en un clima favorable de respeto, que ayude al pudor y a la modestia, y a todas las virtudes, sin quitar un ápice a la naturalidad en el trato entre iguales.

Comentarios