Goles versus enfados

Cuando uno de los mejores futbolistas del mundo no atraviesa su mejor momento es lógico que se enfade.

Cuando uno de los mejores futbolistas del mundo no consigue meter los goles esperados parece normal que no esté contento.

Cuando uno de los mejores futbolistas del mundo estrella una y otra vez el balón contra las barreras contrarias o lo envía muchos metros por encima de la portería adversaria entra dentro de lo normal que no se sienta especialmente satisfecho de su actuación.

Cuando uno de los mejores futbolistas del mundo intenta un regate una y otra vez y no consigue zafarse de su marcador es comprensible que tuerza el gesto.

Hasta ahí todo entra dentro de lo previsible en un profesional.

Pero cuando ese mismo futbolista parece enfadado con el mundo, marca un gol y no permite que sus compañeros le feliciten y desprecia olímpicamente al público que le paga, la cosa toma un cariz, al menos enrarecido, que alguien tiene que apresurarse a cortar.

Y ese alguien es, en primer lugar, su entrenador que tiene que tomar decisiones más o menos dolorosas y, por supuesto, el máximo responsable de su club que, lejos de ditirambos y alabanzas de cara a la galería tiene la obligación de respetar y hacer que se respete a quienes están en un campo de fútbol, previo pago, y siguiendo los colores de un club durante años y años.

Todo lo anterior tiene un tufillo a malestares sobrevenidos y no están las cosas en el fútbol español, y menos en ciertos clubes, como para que se permitan desplantes y enfurruñamientos que son algo más que pataletas infantiles.

 
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