Mayoría absoluta

La mayoría absoluta es la obsesión de todos los partidos políticos que se presentan a unas elecciones. No conciben otra alternativa. Si no consiguen el suficiente número de escaños hacen todo tipo de cábalas, de cuentas y pactan lo que haga falta para conseguir ese número soñado de representantes.

La mayoría absoluta constituye uno de los muchos tópicos pseudo-democráticos en los que se mueve la política española. No se concibe gobernar en minoría; es un mérito apurar la legislatura y no adelantar las elecciones; parece un sello de buen gobierno dejar que los ejecutivos se pudran porque parece deshonrosa una crisis, etc., etc.

Si Montesquieu saliera de la tumba en la que le metió Alfonso Guerra, volvería a ella asustado al ver esa obsesión por la mayoría absoluta a costa de lo que sea. Volvería aterrado a su fosa al ver que su famosa división de poderes sirve para hacer campaña electoral porque un juez y un ministro se han ido a cazar juntos, mientras que el desprecio por la verdadera independencia del Judicial y la auténtica división de poderes es poco menos que un sarcasmo teórico.

Vivimos en una partitocracia en la que el poder Legislativo es una simple sucursal, cuando no una coartada, del Ejecutivo. Los miembros de los ejecutivos, es igual que sean el nacional o los autonómicos, aluden con absoluta desvergüenza política a que ‘van a aprobar tal o cual ley’. Los parlamentos sirven sólo para crear fantasmales comisiones de investigación.

Gobernar en minoría exige el auténtico y permanente consenso para sacar adelante una legislatura. Gobernar en minoría devolvería al legislativo su verdadera razón de ser como foro de representación de todas las tendencias políticas. Gobernar en minoría supone prudencia, equidistancia, cesión de los planteamientos absolutos. Gobernar en minoría significaría alumbrar leyes con vocación de permanencia. Gobernar en minoría desterraría corrupciones y despotismos. Gobernar en minoría es, en fin, un ejercicio de sana democracia.

Bienvenidas sean las mayorías absolutas siempre y cuando sean verdaderamente absolutas, bien conseguidas directamente en las urnas, o con coaliciones mínimamente ‘naturales’. Pero la mayoría absoluta por sí misma y procedente de coaliciones espúreas, forzadas y –lo que es más grave- hurtando el poder a quien realmente lo ha conseguido por ser el más votado, nunca puede ser un bien democrático

 
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