Entre las ‘fallas’ del PP y las cuentas corrientes de los ministros, es muy posible que los españoles se depriman más que la economía

Es difícil hacer las cosas peor que se han hecho. Ese podía ser el resumen de algunas de las opiniones –siempre en voz baja- que se escuchan estos días en más de un círculo y en más de una charleta de miembros del Partido Popular. La palabra esperpento es la más usada tras cabreo. Sordo pero cabreo. Desde las salidas destempladas de Manuel Fraga, hasta los rifirrafes de Basagoiti hablando de ‘jetas’ en su propia formación política, pasando por los intentos de parecer tajante de Cospedal o la rueda de prensa de Rajoy en la que dijo todo de nada, nada de lo que está pasando es de recibo. Evidentemente dio la cara, pero la dio un poco de perfil.

Hay nervios entre los populares y no es para menos. El costo de la mala gestión en Valencia hasta puede que sea mayor en el ámbito nacional que en la propia comunidad mediterránea, y eso es algo que no se puede permitir hoy por hoy el partido de Mariano Rajoy.

Quizás sea por los nervios pero hay cosas que es mejor no decirlas y frases que hay que pensar para después no pronunciarlas. Que María Dolores de Cospedal hable de compañías o acciones ‘poco edificantes’ no es demasiado acertado. Que Mariano Rajoy salga diciendo que ‘la vida son resultados’ –suponemos que no se refiere a los electorales- es cuando menos divertido.

Y quieran o no en los despachos con más poder en Génova, queda pendiente el asunto Camps. La herida no se ha cerrado ni siquiera en falso y va a seguir supurando un día tras otro.

Y lo que no van a perdonar muchos militantes y simpatizantes del Partido Popular va a ser la pérdida de gas en la oposición en un momento en el que es más necesaria que nunca y en el que el PSOE se puede estar librando por los pelos.

Pero los políticos siguen a lo suyo. Claro que lo suyo es poco si juzgamos por el dinero que dicen que tienen los ministros del Gobierno de Rodríguez Zapatero, incluido el presidente. Es como para echarse a llorar. O esta gente son unos despilfarradores o se lo gastan en tabaco sin que se entere Trinidad Jiménez, o…o…o vaya usted a saber.

Ante las cifras, uno no sabe si reírse, si llorar o si ir mirando en los semáforos por si se encuentra –es un suponer- a Manuel Chaves, vendiendo ‘clínex’.

Claro que igual en otro semáforo se encuentra uno a Joan Laporta, antorcha en mano quemando media España y llamando intransigente a la otra media. Si no fuera por el gran fútbol que hace el Barça, cualquiera pensaría que este buen hombre no existe y es una invención de la televisión basura. En la época franquista se hablaba de ‘tontos útiles’. El problema será cuando empecemos a hablar de tontos inútiles.

Por ejemplo, Anasagasti. Este hombre en el Senado se aburre, porque si no, no se explica que cada cierto tiempo le dé por escribir en un ‘blog’ todas las tonterías que se le ocurren. Y todo para que luego alguien le diga que es un político de medio pelo. ¿Entienden el doble sentido?

 

Y el Despacho Oval, y Damasco, e Israel, y la mezquita y el imán. Rodríguez Zapatero –intérprete incluido- está viviendo su minuto de gloria. A lo mejor el prólogo estuvo, no tanto en los gritos del día del Pilar en  La Castellana como en los razonamientos de Ruíz Gallardón para ilustrar a los madrileños sobre cuándo y cómo tienen que abuchear a los políticos en la calle. De ahí a escribir las canciones de los ‘ultras’ en la acera de enfrente hay un paso.

O sea, que dice Ruíz Gallardón que sólo se puede abuchear al presidente del Gobierno en actos o eventos del Gobierno y no en ocasiones en que el Estado es el protagonista. En lo que quizás no ha reparado el eminente jurista, hoy alcalde de Madrid, es que Rodríguez Zapatero estaba en un acto de Estado precisamente en su calidad de presidente del Gobierno y no de señor que pasaba por allí y se quedó al canapé por aquello del patrimonio pequeñito.

Claro que sólo abucheaban medio millón de ultraderechistas cabreados. Que eso lo tiene Gaspar Llamazares muy medido –otro que se debe de aburrir en su solitario escaño- porque él sabe más que nadie del cabreo de los –a lo mejor más de medio millón- de ultraizquierdistas cabreados.

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