Políticos transparentes

Si el debate ha servido para algo –lo que no deja de ser muy dudoso- ha sido para que conozcamos ¡por fin! a unos políticos transparentes. Pero no transparentes de esa transparencia tan esperada en relación a sus dineros, a los de sus partidos, a los de sus benefactores, a sus financiaciones etc. etc. se trata de una transparencia de pura desnudez.

El debate, las réplicas y las contrarréplicas, los discursos y las diferentes intervenciones, han puesto de manifiesto las vergüenzas –o algo parecido- de los intervinientes, de los palmeros y hasta de los invitados.

Transparencias que para nosotros las hubiéramos querido en los mítines de la campaña electoral, en la que brillaron por su ausencia, nubladas quizás por el recato, el pudor y hasta por la humildad con que los políticos se presentaban a solicitar nuestro voto.

Una vez en el escaño -frustrados los unos, decepcionados los otros, el de más allá que se siente traicionado o el de más acá que ve impotente como se le puede escapar el tren del poder- se mostraron en toda su realidad, más o menos pobre, pero realidad.

Y esa transparencia, con la que se expresaron, es muy de agradecer en estos tiempos de juegos a varias bandas, de cuerdos solapados y de puertas a medio abrir que dejan ver, solamente, una parte de la habitación en la que se muñen los acuerdos.

Transparencia que nos permitió ver desde besos, otrora desusados en la Cámara, hasta abrazos de revista del corazón e incluso escuchar claques, magníficamente engrasadas y ensayadas, prontas al aplauso.

Y escuchamos de qué manera, sin empacho alguno, se mencionaba a Adolfo Suárez o a Millán-Astray y, sin solución de continuidad, a la cal viva, a la corrupción, a la crisis económica o a la burbuja inmobiliaria a Europa, a la autodeterminación y hasta a los desahucios.

Un catálogo de transparencias dignas de la pasarela Cibeles, que sabían a tocino rancio de los años del hambre, a sal gorda de revista musical de la década de los 50 y a pobres dialécticas de taberna zarzuelera.

Y nadie se sintió defraudado porque nadie esperaba más de nuestros políticos. Si acaso, algo más de modernidad y un poquito más de cambio.

 

Pero en vano. Han sido transparencias caducas de platos de ‘duralex’ comprados en Francia, con viejos arañazos y antiguos restos de mesas más bien escasas.

Todo muy del siglo XIX, muy antiguo y trasnochado. Ironías de casino de Vetusta descrito por Clarín y chascarrillos conocidos de Zorí, Santos y Codeso.

Si sería antigua la sesión de investidura, que hasta intervino Joan Tardá.

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