Xafogor y vergonya

Lo ocurrido en el parlamento de Cataluña es uno de los episodios más bochornosos y vergonzosos en los que puede incurrir una institución política.

Basta repasar las imágenes de los escaños, para que los protagonistas queden inhabilitados para ejercer, de por vida, cualquier función pública, incluso de carácter subalterno.

Las leyes y los tribunales competentes podrán inhabilitar a Carlos Puigdemont y a Carmen Forcadell, pero lo que de verdad inhabilita a un político para siempre es el bochorno y la vergüenza.

La situación que se vive en Cataluña puede desembocar en realidades ilegales, mentirosas, descabelladas y hasta indeseables desde cualquier punto de vista y hasta desde cualquier ideología, pero cuando un parlamento y unos representantes de los ciudadanos llegan a permitir lo que se vivió en la cámara catalana, podrían sobrar las acciones posteriores –políticas y legales- para que la obcecación dejara paso a un mínimo sentido común.

Sea cual sea el desenlace –es de esperar y suponer que prime la legalidad y el respeto absoluto a la Constitución- la suerte está echada porque será imposible confiar en quienes han arrastrado la dignidad de los ciudadanos por el suelo de la cerrazón.

Un político puede equivocarse, puede cometer arbitrariedades, puede ponerse al margen de la ley, puede suicidarse –políticamente- y hasta puede llevarse por delante las ilusiones y esperanzas de una región de España, pero lo que no se tolera en alguien ostenta un alto cargo público es la indignidad hasta el ridículo, el desprecio de la democracia hasta la dictadura y el secuestro de la libertad hasta la prisión ideológica.

Suponiendo que ‘algo’ naciera de este proceso, ese ‘algo’ nacería muerto porque quienes han gestado y pretenden dar a luz, se han inhabilitado a sí mismos.

En política se puede olvidar casi todo y se puede salir de casi todo, pero lo que no se puede perdonar es el bochorno y la vergüenza.

 
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