El alguacil alguacilado

Es como si don Francisco de Quevedo siguiera asentando sus reales en Madrid. ¿Qué sátiras no se le hubieran ocurrido al genio, de haber visto cómo el concejal de Seguridad de Madrid era acosado, insultado y obligado a huir por los propios agentes de seguridad? ¿Qué no hubiera escrito de saber que, en su otra vida, el ahora jefe de los guardias protagonizaba algaradas, insultos y acosos como los que sufrió hace un par de días?

Pero Quevedo aparte, lo cierto es que -repudiando cualquier acoso, insulto y agresión callejera a un servidor público- lo ocurrido a Javier Barbero no deja de tener su morbo para muchos de los que han visto las fotos de ahora y las de antes, todas ellas protagonizadas por el edil madrileño. Porque está en todas; unas veces de acosador y otras de acosado y, según su versión, en unas ejerciendo sus derechos democráticos de protesta y en otras soportando la agresión de unos policías ‘fascistas’.

Y algo no cuadra. O todos protestones demócratas, o todos insultadores fascistas. Las gentes de Podemos, según con el cristal con el que se les mire, no tienen muchas cosas por las que ser alabados (o ¿sí?) pero si en algo merecen la loa es por su capacidad de cambio. De cambio hablan y lo practican a todas horas. Javier Barbero ha cambiado en pocos meses y lo ha hecho con aprovechamiento, de ocupa a concejal y de ‘escracheador’ a ‘escracheado’. Lo que pasa es que cambian con tanta facilidad y con tanta rapidez, que ni a ellos mismos les da tiempo de asimilar el cambio y los acontecimientos se les vienen encima sin tiempo para cambiarse de ropa.

Y es que no es fácil, negarse a salir por la puerta de atrás, como le aconsejaban los escoltas, para evitar a los manifestantes y acabar la heroicidad refugiado en un bar. Y es que no es fácil viajar en metro e ir al despacho del Ayuntamiento en bicicleta, para a la postre tener que huir en un coche oficial.

Y es que convertirse de la noche a la mañana en servidor público y transformarse de ‘ecracheador’ a ‘escracheado’ es duro.


 
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