Por la boca… Yo te doy cremita, tú me das cremita

Para el viaje que al final han terminado haciendo el Partido Popular y el Partido Socialista con la renovación del Tribunal Constitucional no hacían falta las alforjas de los años que han pasado en blanco. Y si no en blanco, al menos discutiendo renovaciones y nombres.

Ambos partidos, pero sobre todo el que tiene mayoría absoluta, han perdido la gran oportunidad que se les presentaba de despolitizar, de una vez por todas, el poder jurisdiccional en España. Una vez más han tirado por la calle de en medio y se han repartido las cuotas correspondientes de magistrados afines.

No se trata de discutir ni las opiniones anteriores ni las opciones ideológicas ni, mucho menos, la valía profesional de los designados, pero es evidente que esas circunstancias no han constituido el factor fundamental a la hora de la decisión de sus respectivos nombramientos. Está claro que en su llegada al Constitucional ha primado más que su valía personal e incluso sus planteamientos ideológicos, su afinidad al partido correspondiente.

Y ya estamos como siempre. Después vendrán las sentencias, los dictámenes y las respuestas hipócritas de los portavoces de cada partido: ‘Nosotros nunca discutimos las decisiones de los tribunales, no estamos de acuerdo pero acatamos la sentencia’. Y vuelta a empezar.

Alguna vez habrá que acabar con la partitocracia que nos ahoga política e institucionalmente. Lo que está pasando lo inventó hace tiempo don Antonio Cánovas del Castillo, se lo contó a don Práxedes Mateo Sagasta en El Pardo -aún caliente el cadáver de Alfonso XII- y lo llamo ‘turno pacífico’. Es evidente que turno existe aunque no siempre sea pacífico o solamente lo sea cuando a los partidos de la alternancia les conviene.

También se han dado cremita entre sí el PSOE y el PP en la designación de los números uno y dos del Defensor del Pueblo, aunque eso es para los políticos algo de nivel inferior. Y tampoco les importa demasiado, políticamente hablando, el Tribunal de Cuentas.

Es muy difícil que nadie tome en serio estos nombramientos. El consenso entre los dos principales partidos es bueno y deseable, pero no para mangonear entre los dos, uno de los tres poderes que sustentan la democracia. Sin hablar de actuaciones pasadas –que ya suponen un lastre- el Tribunal Constitucional en su resurrección, nace con la misma enfermedad que le llevó a la tumba la pasada legislatura.

 
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