Por la boca… Hay mucha fruta en el Congreso y escaso nivel entre los políticos

Cada semana, las sesiones parlamentarias se convierten en el más asqueroso patio de Monipodio. Un patio con mucha menos talla que el de Cervantes y menos ingenio que el de Rinconete y Cortadillo, porque hasta para insultar hace falta una cierta talla intelectual que muchos de los culiparlantes no tienen.

Decía Steinbek, el Nobel norteamericano, que “el poder no corrompe. El miedo sí corrompe…quizás el miedo a perder el poder”.

Cuando se acusa de seguidismo o de borreguismo a los culiparlantes que se sientan en el Congreso de los Diputados y que pasan por ser representantes de los españoles, habría que tener muy en cuenta que lo que realmente les lleva a bajar la cabeza, a votar lo que se les indica y, cuando hablan, a decir lo que les han mandado los prebostes de sus respectivas formaciones y lo que les sitúa en tan baja condición, posiblemente sea, por encima de todo, el miedo.

Miedo, en primer lugar, a perder el sueldo porque la inmensa mayoría no tienen más oficio ni beneficio, desde su más tierna juventud, que la militancia en un partido, el dorar la píldora a quien hace las listas, recoger su acta de diputado y hacer, decir y votar lo que le ordenen con la vista puesta en los próximas elecciones y en las listas que se confeccionen.

Miedo a perder prebendas tan materiales como los asesores, los precios de la cafetería, el despacho (aunque sea compartido) las dietas, los viajes y hasta la secretaria (o el secretario, que dirían en eso de la igualdad) aunque también  sea compartida (o compartido, que también dirían los de lo inclusivo).

Miedo a volver a la provincia o al pueblo, sin escaño y convertirse de la noche a la mañana en un don nadie al que ni siquiera se le compran mascarillas.

Muchos miedos y todos materiales.

Pero también hay miedos en los círculos más altos y en los escaños más cercanos al poder. Miedo a perder aforamientos e incluso un hipotético trato “amable” de los tribunales, si llegara el caso que, para muchos, puede estar a la vuelta de la esquina.

Y el miedo lleva a perder los papeles y así, cada semana, las sesiones parlamentarias se convierten en el más asqueroso patio de Monipodio. Un patio con mucha menos talla que el de Cervantes y menos ingenio que el de Rinconete y Cortadillo, porque hasta para insultar hace falta una cierta talla intelectual que muchos de los culiparlantes no tienen.

 

Todo son insultos, invectivas, groserías, revoltijos fecales y razonamientos de basurero maloliente, ante los cuales se bajan pantalones y se inclinan cabezas, no se sabe bien si por vergüenza o como gesto de connivencia, aunque, a lo mejor, son las dos cosas a la vez. 

Empezando por quien desde la presidencia, debería moderar ímpetus, atemperar tonos y no tolerar insultos, velando por la dignidad de una cámara que, al decir de muchos, solamente refleja el número de votos y cada vez representa menos el verdadero sentir y las auténticas exigencias de los ciudadanos, todo es bazofia parlamentaria, abundan los denuestos y las calumnias y las mentiras de las que unos y otros se sienten orgullosos, a juzgar por las sonrisas y hasta las risas cómplices de la gran mayoría, cuando toma la palabra el que manda.

Y los ciudadanos llegan a acostumbrarse y el desprecio hacia la clase política se enseñorea de la opinión pública. Pero en este caso, la costumbre no solamente no hace ley, sino que se convierte en una rutina peligrosa que después se refleja mansamente (de manso) en las urnas.

¿O también se trata de miedo, por aquello de tener la vida subvencionada? 

La carcajada: Dice Sánchez a los socialistas catalanes: “Illa es un factor de unión entre catalanes, así como entre Cataluña y el resto de hermanos y hermanas de todos los territorios de España”.

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