Por la boca… De la nueva normalidad al caos de siempre

Con eso de la nueva normalidad Sánchez  llevaba razón a medias. No es nueva porque es lo de siempre;  es  normal porque es lo habitual en este gobierno desde que ganó la moción de censura, mentiras, inhibición, medidas tomadas a última hora, improvisación y, sobre todo, incompetencia.

A mediados del pasado siglo, surgió un personaje revolucionario que conmocionó el mundillo taurino y alcanzó, a base de heterodoxia, la cumbre del escalafón de matadores de toros. Opinando sobre el figurón, un viejo y sabio torero afirmaba: fulanito, que tiene unas grandes dotes personales y que hubiera triunfado en cualquier otra actividad, ha ido a escoger una para la que Dios no le ha dado las más mínimas luces.

Algo de esto le acurre a Sánchez. Es dudoso -a la vista de la controvertida tesis doctoral- que hubiera sido un buen economista; como baloncestista no pasó del montón en una casa tan señera en ese deporte como “el Ramiro”; no se le conocen artes culinarias ni habilidades manuales. Sí hubiera sido un buen charlatán de feria o un destacado vendedor de mercadillo ambulante, pero desgraciadamente para los españoles ha ido a escoger la dedicación para la que, visto lo visto, Dios no le ha dado ni siquiera las más tenues luces. Se ha dedicado a la política y ha llegado a La Moncloa.

Con eso de la nueva normalidad Sánchez llevaba razón a medias. No es nueva porque es lo de siempre; es normal porque es lo habitual en este gobierno desde que ganó la moción de censura. Mentiras, inhibición, medidas tomadas a última hora, improvisación y, sobre todo, incompetencia.

Durante el verano todo ha vuelto dónde solía en la vida política y en el transcurrir diario de nuestra sociedad. 

Había un galimatías de cifras, de muertos, de infectados y de hospitalizados, ahora hay un barullo de contagiados, de ingresados y de fallecidos.

Faltaba material sanitario, ahora no hay medicamentos.

Mentían con la existencia de los expertos y sus directrices, ahora siguen engañando con medidas inconexas, arbitrarias y hasta estrafalarias.

Antes comparecía Simón con sus “embaucamientos”, su caretilla de contable, sus falacias y encubrimientos (divertida la muletilla de este individuo: “lo que sí es verdad…”) ahora sale Simón con sus mentiras, sus ambigüedades, su vocecilla de mayordomo de película de terror y sus falacias encubridoras.

 

No estaban los ministros de educación, universidades, interior, turismo, trabajo… (veintitantos etcéteras) y siguen sin estar. 

En la televisión continúa Sánchez con las homilías decidoras de nada.

Y en las redes siguen presuntamente enredando, los presuntos comunistas, chapoteando en su propia salsa de sus presuntos enredos judiciales.

Y la oposición, en su activismo presencial, se opone a sí misma y la derecha –o lo que sea- sigue en su labor de automutilación ideológica, estratégica y electoral.

O sea lo normal. Todo igual para algunos ciudadanos que siguen en lo de siempre, el botellón, las fiestas, los chiringuitos y las alegrías inconscientes de unas vacaciones mentirosas

A Sánchez y a sus ministros se les puede calificar de mentirosos, de ir a lo suyo, de no pensar más que en mantenerse en  sus poltronas, de hacer lo contrario de lo que dicen e incluso de no hacer nada, pero la realidad es que mienten, no hacen nada y solamente se ocupan de mantenerse en el poder, porque son absolutamente incapaces para la labor de gobierno, porque no saben qué hacer con  la pandemia, con la enseñanza, con los presupuestos, con la política internacional, con las autonomías, con las residencias de ancianos o con la violencia contra las mujeres…

Su problema es la incapacidad. El problema de los españoles es la incapacidad de quienes están en el poder.

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