Por la boca… Sánchez no debería reírse en elecciones, ni antes ni después

El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, (d) con un abanico para combatí el calor, junto al candidato del PSOE a la presidencia de la Junta de Andalucía, Juan Espadas, (i) durante el cierre de campaña del PSOE-A en el Muelle de las Delicias, a 17 de junio de 2022, en Sevilla (Andalucía, España)
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, (d) con un abanico para combatí el calor, junto al candidato del PSOE a la presidencia de la Junta de Andalucía, Juan Espadas, (i) durante el cierre de campaña del PSOE-A en el Muelle de las Delicias, a 17 de junio de 2022, en Sevilla (Andalucía, España)

Se puede sonreír cuando el destinatario de la sonrisa no está muy al tanto de los asuntos que le perjudican, pero ese requisito nunca se da cuando el interesado está al cabo de la calle, se ríen de sus principios, le hurgan en el bolsillo y le hacen comulgar con las ruedas de molino de la mentira más burda.

Alguien dijo que no hay un tonto tan tonto que no se dé cuenta en mayor o menor medida de que es tonto o al menos, bobo.

Una de las normas establecidas que ha de cumplir cualquier político es dar manos a diestro y siniestro, besar niños y ancianitas venga o no venga a cuento, aplaudir a los simpatizantes sin que se sepa el motivo, magnificar los logros aunque no los tenga, prometer con el latiguillo del “vamos a hacer”… y sonreír.

Como a Sánchez (salvo encuentros amañados y besuqueos pactados) por mor de los habituales abucheos, no le es dado el besuqueo, estrechar manos o el aplauso indiscriminado, se dedica en cuerpo y alma y dando todo de lo que es capaz, a las promesas y, en los últimos tiempos, al posado con una amplia sonrisa.

La sonrisa en un político da, o pretende dar, sensación de tranquilidad, de que las cosas van bien y de que apenas hay preocupaciones fuera de las habituales en el buen gobernante que se afana por el bienestar de los ciudadanos. Pero hay momentos, circunstancias y coyunturas, que no son propicios ni a las demostraciones de tranquilidad, ni a las ostentaciones de sosiego y mucho menos a los alardes de euforia.

En esas situaciones la sonrisa del hombre público suena a mentira, parece un sarcasmo y se asemeja demasiado a la bobería de quien la protagoniza.

Se puede sonreír cuando el destinatario de la sonrisa no está muy al tanto de los asuntos que le perjudican, pero ese requisito nunca se da cuando el interesado está al cabo de la calle, sabe que se ríen de sus principios, que le hurgan en el bolsillo y que le hacen comulgar con las ruedas de molino de la mentira más burda.

Sánchez se ha paseado (es una metáfora) con la sonrisa estucada en la cara, por algunos mítines de la reciente campaña andaluza y no pasarán muchas semanas sin que glose (que ya es vocación de glosador) los resultados de las elecciones. Y escucharemos, sonrisa mediante, lo de la batalla ganada a la derecha y a la ultraderecha, lo de la no extrapolación de los resultados a la vida política nacional y lo de seguir adelante con el gobierno de progreso de cara al futuro que, más que avecinarse, se le viene encima.

Bien están su capa y su sayo. Pero sin risas, por favor.

 

La carcajada. Dice Díaz a propósito de los precios de la energía: “España es una referencia para todos los países europeos”.

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