Por la boca… Sánchez no es un pato cojo, es un pato desesperado

Analogía imperfecta: Alfonso XIII y Pedro Sánchez.
Pedro Sánchez

Sánchez, a pesar de sus patentes escaseces intelectuales, sabe que su gestión en todos los órdenes ha sido un verdadero desastre para España, para los españoles, para su partido, para la ideología que le sustenta y, por supuesto, para él mismo. Y es en su posible salida por la puerta de los fracasados, en donde hay que buscar la causa principal de su actual talante que está llegando a una desesperación patológica.

Que Sánchez tiene muchas carencias como político y hasta como persona, es algo que todos saben y se comprueba varias veces cada día; pero esas carencias no son suficientes para que al entrar en La Moncloa, tras una moción de censura “rarita”, pensara que su estancia en aquel palacete iba a ser poco menos que vitalicia.

Por eso su actual estado, que le lleva a cometer error tras error y que muestra a un político desequilibrado y desesperado, no puede responder  -al menos totalmente- a la posibilidad, más que real, de perder las próximas elecciones y tener que abandonar el poder.

La crispación de que es preso en cada aparición, sus desplantes y faltas de tacto cuando no de educación, sus declaraciones destempladas y sus acusaciones constantes, que rayan en lo risible, se deben con toda seguridad, no tanto a la casi certeza de que su trayectoria se ha acabado, como a la forma en que se está produciendo su agonía y a las maneras tan poco airosas con las que va a salir.

Sánchez, a pesar de sus patentes escaseces intelectuales, sabe o intuye que su gestión en todos los órdenes, en todas las facetas y en todos los ámbitos, ha sido un verdadero desastre para España, para los españoles, para su partido, para la ideología que le sustenta y, por supuesto, para él mismo. Y es en su posible salida por la puerta de los fracasados, en donde hay que buscar la causa de su actual talante que, sin despegarse un ápice de lo que siempre ha sido, está llegando a una desesperación patológica.

La gestión de un “pato cojo” durante los meses que le queden en el poder, suele ser más desinhibida, más valiente e incluso más sosegada que al principio de su andadura porque se ha quitado de encima el peso de tener que ganar las próximas elecciones.

La situación actual de Sánchez no solamente responde a la desazón de vislumbrar la posibilidad de perder el poder, sino a la certeza de  hacerlo en las peores condiciones que puede vivir un político, tales como el fracaso más absoluto en su gestión y con la repulsa casi unánime de una sociedad harta de sus trampas, de sus mentiras, de su arrogancia y, sobre todo, de su inutilidad como gobernante.

El “pato cojo” puede convertirse, en según qué situaciones, en un político peligroso. El pato desesperado es una auténtica desgracia para un país.

Las críticas y el rechazo le llegan constantemente desde fuera, pero la verdadera repulsa a la gestión de Sánchez anida en el propio Sánchez, porque sus pocas luces, por escasas que sean, le llegan para constatar su gran fiasco.

 

Por eso Sánchez es la imagen viva de la desesperación.

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