Por la boca… Sánchez: ilustre legislador, preclaro filólogo, eminente jurista e insigne juez

Sánchez legisla, después explica el significado de las palabras que están en el articulado de la ley, seguidamente desarrolla la doctrina jurídica que respalda esa ley y, por último, la aplica y juzga a los que puedan estar incursos es su articulado.

Cuentan de don Manuel Bienvenida, el papa negro, y patriarca de una de las dinastías toreras más señeras que, preguntado por un torero que estaba en candelero y con el que toreaba mucho su hijo Antonio, dijo más o menos: “hubiera podido triunfar en muchas cosas y en muchas profesiones, pero ha ido a dedicarse a la actividad para la que Dios no le ha dado ninguna cualidad”.

A la vista, de la economía española, de la política internacional de España, de la situación del empleo, de la debilidad de la economía, de la ruptura y polarización de la sociedad, del empobrecimiento cultural de la juventud… en lo que de verdad falla, fracasa y naufraga Sánchez, es en su faceta de gobernante. 

Siempre será una incógnita saber en qué otras dedicaciones hubiera triunfado Sánchez, pero lo que es evidente es que ha ido a emplearse en algo para lo que ni Dios, ni la naturaleza, le han dotado de cualidad alguna.

Pero con eso tan socorrido de la resiliencia, Sánchez sigue erre que erre.

Sánchez legisla, después explica el significado de las palabras que están en el articulado de la ley, seguidamente desarrolla la doctrina jurídica que respalda esa ley y, por último, la aplica y juzga a los que puedan estar incursos es su articulado.

Es lo que está haciendo Sánchez con lo de la amnistía, esa que pretende evitar que Puigdemont vaya a la cárcel, que es lo único que le preocupa al auromaletero y la razón por la que ha montado el tinglado que tanto recuerda al En Josepet de Sant Celoni, un golfo con negocios poco claros, picaresca que, tan magníficamente, describió Santiago Rusiñol.

Ahora, pasado el trago de la derrota parlamentaria, que muchos sospechan que pudiera formar parte de la negociación con los separatistas para no entorpecer “urnas inmediatas”, Sánchez ha pasado a la fase de la filología bien mezclada con el momento de la sentencia: “Lo del independentismo no es terrorismo, van a ser todos amnistiados porque no son terroristas”.

Semántica aparte, es evidente que en cualquier democracia, por muy deteriorada que esté, las ideas o las aspiraciones de los ciudadanos, no son terrorismo. Y ser independentista y defender la independencia de una parte de España, no es terrorismo, como no es terrorismo defender al F.C Barcelona o preferir las excelencias de la fabada, frente al cocido o el veraneo en la montaña en vez de la playa.

 

Otra cosa es que para defender el independentismo o para potenciarlo se empleen métodos y se perpetren acciones que, en el decir de muchos juristas, constituyen claros delitos de terrorismo.

Por ejemplo las necedades que dice, Xavi (el poquito dimisionario) sobre los árbitros, no son terrorismo, incluso incluyendo los tontos lamentos de Zapatero. Otra cosa sería sí, en sus desvaríos, pasara a mayores y agrediera a los árbitros o quemara su vestuario con ellos dentro.

Predicar el independentismo es una cosa y otra muy distinta, incendiar las calles, bloquear aeropuertos y carreteras, quemar coches, saquear tiendas, agredir agentes de la autoridad, asaltar sedes de organismos oficiales, amedrentar con violencia a los ciudadanos, privarles de su derecho a la libre circulación, etc. etc. etc. 

Ahí es donde el insigne juez se equivoca y si un juez yerra en la calificación del delito que juzga, está fallando en todo, incluida la sentencia, ya dictada, asegurando que todos van a ser amnistiados.

Si además el ilustre legislador no acierta, el preclaro filólogo desbarra y confunde el significado de las palabras y el eminente jurista delira en la tipificación de los delitos…

El disparate está servido.

La carcajada: Dice Belarra: “Galicia necesita partidos que no le laman las botas a Amancio Ortega”. 

(Hay que reconocer que desde que no tiene sillón en La Moncloa ha mejorado. Lo de colocar las botas, en plan metafórico, como elemento a lamer, no deja de ser una elegante moderación).

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