Por la boca… Los segundos tiempos de la Ley Celaá

Isabel Celaá
Isabel Celaá.

Leyes que enmascaran sus verdaderos objetivos, en las brumas de los primeros impactos, y que son fines camuflados, entre otros, en la defensa de los derechos de los padres, en el rescate de lenguas y culturas, en la supuesta discriminación entre niños y niñas o en una espuria educación sexual.

Se atribuye a Romanones aquello de “ustedes hagan la ley que yo haré el reglamento”. Ahora, con esto de las leyes-trágala que nos coloca Sánchez, mientras no acabamos de despertar del sopor pandémico, los reglamentos no tienen importancia porque ya vienen incluidos en la ley que “democráticamente” se vota en las Cortes.

Y la Ley Celaá no podía ser menos. Pero es que además -y por el mismo precio (o sea las claudicaciones ante nacionalistas, comunistas y separatistas)- se incluyen los segundos tiempos que son los que de verdad importan a quienes quieren apropiarse –como tan sinceramente dijo Celaá- de las mentes, de la cultura y de la forma de pensar de nuestros niños y jóvenes.

Son leyes que enmascaran sus verdaderos objetivos, en las brumas de los primeros impactos, y que son fines camuflados, entre otros, en la defensa de los derechos de los padres, en el rescate de lenguas y culturas, en la supuesta discriminación entre niños y niñas o en una espuria educación sexual.

Se trata de unos miserables segundos tiempos con toda una carga ideológica, propia del sectarismo de Sánchez en materia de educación y de la propia Celaá que ya apuntaba maneras en su etapa como consejera en el País Vasco. 

La batalla contra la concertada -más allá de los inalienables derechos de los que se priva a los padres e incluso de los aspectos económicos que ahogan la iniciativa privada- esconde un objetivo de uniformidad ideológica y de intervención en contenidos que solamente busca el adoctrinamiento sectario de niños y jóvenes, objetivo que en centros privados, concertados o no, es mucho más difícil de conseguir que en la pública.

El destierro del español -además de que supone una genuflexión indigna ante el separatismo y que es muestra del odio a todo lo español de ciertos sectores y dando por descontado que a Sánchez y a Celaá les trae absolutamente sin cuidado en qué idioma se hable en Cataluña, en el País Vasco o en las Baleares- pretende camuflar el desbroce del terreno para que la separación de España y la pretensión de encerrar en un gueto  a quienes se sienten españoles, sea un paseo triunfal en un referéndum de independencia dentro de no demasiados años y que ahora, en voz de los propios separatistas, se perdería.

Los planes de estudio -y sobre todo los contenidos en lengua y literatura, historia, biología y ciencias naturales- solamente son procedimientos para lavar el cerebro a generaciones incultas y prácticamente ayunas de criterios morales, en materias básicas para el conocimiento de la ley natural, de la ética más elemental en cuestiones referentes a la vida, al sexo o a la ideología de género y que se reservan desde los 6 años para una obligatoria educación sexual, saltando una vez más por encima de los derechos más connaturales a la paternidad.

Que los árboles de derechos inmediatos como la elección de centro, la libertad de los padres para determinar la educación de sus hijos o la de los ciudadanos para establecer centros educativos con su propio proyecto pedagógico, todos ellos irrenunciables, no escondan los segundos tiempos de una ley decisiva y cuyos nefastos resultados pueden llegar a ser bien visibles en las inmediatas generaciones.

 

La suerte para Romanones, además de hacer los reglamentos, es que no conoció  a Sánchez…ni a Celaá.

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