Por la boca… No se trata tanto de gobernar, como de evitar que el otro gobierne

Una política a la que los ciudadanos se han acostumbrado y que admiten como normal cuando debería ser todo lo contrario y que de la buena gestión o que de un programa de gobierno creíble, eficaz y coherente, se derivara la permanencia en el poder o la llegada de nuevos elementos, todo ello con independencia de las ideologías de unos y de otros.

De tanto acostumbrase -que diría Puente- y además de habituarse a los incendios en los trenes, los españoles se adaptan y se conforman con una forma de hacer política enana, egoísta e ineficaz y con unas maneras de dedicarse a la cosa pública que tienen como primer y, en según qué casos, único objetivo, no permitir que el adversario gobierne.

Para eso se convocan elecciones, se preparan las campañas, se urden alianzas, se miente, se insulta, vuelan los dosieres, proliferan las declaraciones manipuladas, abundan los supuestos sobornos y hasta las acusaciones de corrupción son moneda corriente con independencia de que después se prueben o no.

La izquierda tiene como finalidad de su andadura y ha puesto sus afanes en que no gobierne la derecha. La derecha tiene fijadas sus miras, en echar a Sánchez de La Moncloa.

Y eso ocurre como si la sociedad española pudiera permitirse el lujo de que no se solucione el paro, de que la economía vaya de mal en peor, de que las empresas quiebren, de que los agricultores no puedan vivir de su trabajo, de que los jóvenes no aprendan, de que la igualdad entre todos se deteriore a golpe de amnistías, de que la justicia se vea desbordada entre los acosos y las interferencias, de que las autonomías tengan problemas de financiación o de que el país se sitúe  a la cola de Europa. 

Unos y otros se desentienden de esos asuntos para centrarse en el derrota y defenestración del otro, en que el otro no alcance el poder y, si lo logra, en quitárselo cuanto antes.

Una política a la que los ciudadanos se han acostumbrado y que admiten como normal cuando debería ser todo lo contrario y que de la buena gestión o que de un programa de gobierno creíble, eficaz y coherente, se derivara la permanencia en el poder o la llegada de nuevos elementos, todo ello con independencia de las ideologías de unos y de otros.

Las recientes elecciones gallegas estaban presididas por el único afán de la derecha de que la izquierda no llegara a presidir la Xunta y por parte de la izquierda en hacer todo lo posible para desbancar a la derecha de esa presidencia.  Creer ahora, con los resultados en la mano, que los políticos van a reflexionar en el sentido del voto y que van a cumplir eso que tan enfáticamente denominan “la voluntad popular expresada en las urnas”, es una pura entelequia. Unos usaran la victoria para resaltar la derrota de los otros, y los otros tratarán de camuflar la derrota con los argumentos de siempre tan pobres como falaces.

En honor a la justicia, hay que decir que el único que se escapa a esa corriente es Sánchez. Ni Sánchez quiere que gobierne la izquierda dónde no gobierna, ni Sánchez pretende arrebatar el poder a la derecha dónde lo ostenta. Lo único que busca Sánchez en la política –y de momento no le va mal- es que Sánchez permanezca en el poder. Que Sánchez intente, aunque sea de pasada, entender y aplicarse lo que dicen los ciudadanos cuando votan, entra en el terreno de lo esotérico.

 

La carcajadaDice Díaz, la médico que Sánchez ha colocado en lo de la sanidad: “Las mujeres vamos más tarde a urgencias, porque tenemos que terminar las tareas del hogar”.

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