Y la calle habló

Los ruidos de la calle, sobre todo en política, son fácilmente confundibles y, sobre todo, lo son cuando la confusión es interesada.

Las calles de Madrid, testigos de tantas manifestaciones -más bien mínimas- fueron testigos, ayer, de cómo los ciudadanos, muchos ciudadanos, cubrían el recorrido que hacían lo Reyes, desde el Congreso de los Diputados al Palacio Real, aclamando a Don Felipe y a Doña Letizia.

Ciudadanos que estaban muy lejos de referéndums, de discusiones bizantinas y de planteamientos políticos que rozan el ridículo.

Son precisamente quienes se escudan en la calle y quienes, tras ese escudo, pretenden arrogarse representaciones que no tienen, los que deberían escuchar a la calle real, que no porque normalmente se aleje de algaradas, deja de opinar y de tener su propia voz. Una voz que el día de la proclamación de Felipe VI  se escuchó clara y diáfana.

Puede y debe haber opiniones para todos los gustos. Enseguida se reanudará la ‘actividad política’. Y unos pedirán referéndums, otros querrán ser independientes y los de más allá proclamarán, casi en solitario, la III República; pero la realidad de la gente, esa que no grita, es la que es y precisamente ahí tendrían que buscar muchos políticos las causas de esa desafección de la que tanto hablan y que tan poco contribuyen a disminuir.

Una cosa es el derecho a opinar y a expresar libremente esas opiniones y otra muy distinta pretender que los ciudadanos se traguen el sapo de que esas opiniones son mayoritarias. Si hay que escuchar gritos y ver banderas, lo que ayer se presenció en Madrid resultó, incluso cuantitativamente, mucho más significativo que otros gritos y otras banderas.

Cuando incluso se quieren convertir las próximas elecciones municipales en constituyentes y hasta se ponen como ejemplo las de abril de 1931, se debería repasar el discurso del Rey y apreciar en todo lo que supone su llamamiento a mirar hacia el futuro.

 
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