Cuando la democracia es cuestión de números

La suma de votos, la consecución de una representación parlamentaria y la posibilidad de obtener el poder, es una de las razones de ser de la democracia, razón por la que legítimamente pelean todas las formaciones políticas. Pero cuando los números son el único objetivo de quienes se dedican a la cosa pública, la democracia se empobrece y su razón de ser como el sistema mejor (el menos malo dicen algunos) para organizar la sociedad, pierde lustre y puede llegar a prostituirse.

Cuando se olvidan pilares y principios como nación, estado, bien común, libertad, igualdad, las leyes justas o el respeto a las minorías, la democracia queda reducida a su expresión más pobre y cunde la sensación de que lo que debería ser cosa de todos, se convierte en patrimonio de unos pocos.

En la política española asistimos a una especie de feria de las cifras. Se celebra mercadeo para lo más importante y para lo que no es tan decisivo; un chalaneo de números, de sumas, de adhesiones para una cosa sí y para otra no, de cálculos interesados y de respuestas ambiguas que no comprometen a nada. La actividad política se basa en cálculos electorales y las decisiones se cogen con el papel de fumar de las encuestas.

La democracia es la intervención de todos en lo que a todos interesa, aunque necesariamente la forma de tomar las decisiones últimas sea la suma, pero ni la superioridad numérica presupone la justicia, ni la mayoría es garantía de la consecución del bien común. Por eso la democracia exige el respeto a unos principios que van más allá de los números y por eso la democracia que solamente atiende a las cifras es, cuando menos, una democracia mutilada.

La democracia, el auténtico ejercicio de la democracia, es muy exigente con quienes ejercen la política. La corrupción no es solamente una corrupción de naturaleza económica. Hay corrupción en la mentira, en la ocultación de la realidad, en el fraude ideológico, en planteamientos que van contra la libertad del individuo o cuando priman los intereses de grupo sobre los generales.

Bien está aquello de “un hombre un voto”, pero eso no es más que una simplificación de la grandeza de la democracia. Mejor sería poner en práctica aquello de “un hombre es igual a otro hombre” y ahí, estarían implícitas la libertad, la equidad, el respeto a las minorías o la justicia para todos, aplicada por igual para todos.

En definitiva algo tan olvidado como el bien común.



 
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato