No está, pero se le espera

Los reyes, Pedro Sánchez y otras autoridades.
Los reyes, Pedro Sánchez y otras autoridades.

Sánchez, que para eso es quien es, huye de los insultos y se refugia nada más y nada menos que detrás del Rey y apura los tiempos para meterse debajo de los faldones reales que, el pasado día 12, eran propicios al escondite gracias a la hechura del uniforme de la Marina que lucía el Monarca.

Y en la Castellana, Sánchez sonreía.

Hay que empezar a pensar que Sánchez es víctima de un sabotaje. Alguien -además de los del puro- va a por él. Los ridículos que protagoniza, desde los fallos de protocolo, hasta el sastre que le viste (tan escaso y tan “ceñío”, que cantaba Pepe Pinto a María Manuela) pasando por los relojes de La Moncloa que atrasan, o los organizadores de sus escarceos callejeros, alguien muy cercano sabotea todo lo que hace y dice y hasta lo que oculta y miente. Igual, ahora que se acerca “jalogüin” que diría el maestro Antonio Burgos, el que le hace el maleficio es alguno de los cadáveres que ha ido dejando por ahí, arrojándolos desde el Falcón en el viaje de La Moncloa a Cuatro Vientos.

Pero es en La Castellana, y en días señalados, donde el saboteador se ceba con Sánchez. Es como esos toreros que salen a almohadillazos de la plaza y se refugian agachaditos tras los escudos de los guardias o como los árbitros que ganan los vestuarios a la carrera, parapetados entre los policías, tras haber pitado un penalti injusto al equipo de casa.

Y en la Castellana Sánchez sonreía.

Sánchez, que para eso es quien es, huye de los insultos y se refugia nada más y nada menos que detrás del Rey y apura los tiempos para meterse debajo de los faldones reales que, el pasado día 12, eran propicios al escondite gracias a la hechura del uniforme de la Marina que lucía el Monarca.

Apegado a las tradiciones y dada la proximidad del día de difuntos, Sánchez se apareció en cuerpo y alma entre los coches de alta gama y jacarandoso y veloz (a pesar de lo “ceñío” del traje) cruzó la calzada, tras haber hecho esperar a los Reyes dentro del coche y haber provocado un sofoco de los de protocolo, mientras funcionarios de Defensa se extrañaban de que las puertas del coche de los Reyes no se abrieran.

Un retraso quizás provocado por la ardua negociación que, desde primeras horas de la mañana, dicen que mantuvo con Garzón, por aquello de corbata sí, corbata no. Negociación fallida, visto lo visto.

Sánchez está en su derecho de que le molesten los insultos, los pitos y los abucheos, pero cualquier presidente de cualquier equipo de tercera división, que escuchara la mitad de lo que escucha Sánchez, cada vez que se aparece en cuerpo y alma (sobre todo en cuerpo) dimitiría y se iría a su casa.

 

Y en la Castellana, Sánchez sonreía.

Se rumorea en La Moncloa que en el próximo desfile, si es que está, Sánchez quizás se disfrace de muerto viviente y, como es tan dado a eso de “truco o trato”, logre pasar desapercibido entre el humo de los puros de los que le insultan, le pitan y le abuchean.

Y en la Castellana, Sánchez sonreía.

Sánchez, en sí mismo considerado, no deja de ser una vergüenza y un bochorno para España y para los españoles aunque sonría y nadie sepa por qué.

Pero si a Bogart y a Bergman, en Casablanca, siempre les quedaba París, a los españoles siempre les quedará Robles cantando “La muerte no es el final”.

Y en la Castellana, Sánchez sonreía.

La carcajada: Revilla, conoce los calzoncillos (él sabrá la razón) de la gente que está en las casas de la Castellana durante el desfile y dice: “Esas terrazas están llenas de gente que lleva los calzoncillos con la bandera de España”.

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