La política del “os vais a enterar”

Pedro Sánchez, en una sesión plenaria en el Congreso.

Términos como bien común, justicia, mayorías, democracia, soberanía, ciudadanía, patriotismo, igualdad, unidad, feminismo e incluso las realidades de la historia, se manosean y se prostituyen porque se usan como arma arrojadiza para aniquilar al adversario que piensa diferente.

La confrontación puramente política y la discusión ideológica están –es de esperar que no definitivamente- ausentes de la vida pública.

No se gobierna para la gestión ni para la deseable solución de los asuntos comunes y sus problemas; no se hace oposición para tratar de corregir, mejorar e intentar establecer unos planteamientos determinados derivados de una ideología concreta. Se ha llegado a un punto en el que ya ni siquiera prima el lógico y nada censurable interés electoral de cada formación, ahora solamente se busca, por cualquier método y sin reparar en éticas que se consideran trasnochadas, la descalificación de los otros.

Del reproche se ha pasado al insulto, del insulto a la venganza y de la venganza a la revancha más vergonzosa y esa vergüenza ha derivado en el “os vais a enterar”.

Se interpone un recurso o se toman determinadas decisiones, no tanto para lograr un objetivo concreto que suponga una mejora para los ciudadanos o la reparación de un daño jurídico o constitucional, como para machacar al otro, dejarle en evidencia ante la sociedad y, por supuesto, descalificarle de manera absoluta. Si tú haces, yo respondo e intento hundirte. A eso se está reduciendo el transcurrir político solamente “sobresaltado” por las elecciones, ya sean generales, autonómicas o municipales, cuyas campañas son continuas y continuadas y, en esas condiciones, los pactos normales, los acuerdos de interés general y los consensos en busca del bien común, se hacen inviables y solamente prosperan las coaliciones -como la que actualmente gobierna- disparatadas, imposibles de mantener y que se sustentan en el caldo de cultivo de la confrontación constante también en el seno de la propia coalición que solamente responde a intereses de partido cuando no personales.

A todo eso se une que términos como bien común, justicia, mayorías, democracia, soberanía, ciudadanía, patriotismo, igualdad, unidad, feminismo o la realidad histórica, se manosean y se prostituyen porque se usan como arma arrojadiza para aniquilar al adversario que piensa diferente.

Conceptos como parlamentarismo, decencia política, el razonamiento sosegado, o la búsqueda de lo más útil para el común, brillan por su ausencia, cuando no son denostados con calificativos más que disolventes.

La crispación, la algarada callejera en el Parlamento, el recurso a los métodos más rastreros para la consecución de objetivos no menos censurables, dominan los quehaceres habituales de los que tienen la responsabilidad de liderar la sociedad.

Las sesiones del Congreso y del Senado han llegado a un punto de dudoso retroceso, entre la histeria, el tono tabernario y las continuas amenazas.

 

La historia, y hasta el pasado de unos y otros, es un arma más, que se emplea con un nulo sentido de la verdad o de la responsabilidad, por quienes hacen del pasado un feudo propio para el reproche indiscriminado o se apoderan de él de manera impúdica. 

El bochorno se enseñorea de la cosa pública con declaraciones agrias, razonamientos chulescos y propuestas procaces.

Se hace urgente en las próximas elecciones la desaparición de ciertos individuos que pululan por la política y que -con independencia de ideologías- están en la mente de todos porque siempre son los mismos y con el mismo talante, en los cuales se hace imposible encontrar un ápice de ideología serena, razonada y de utilidad.

En esta situación es muy difícil que los ciudadanos se persuadan de que se intenta reforzar las instituciones, los altos tribunales, mejorar la sanidad, racionalizar la enseñanza, conseguir una fiscalidad más justa, propiciar una economía más próspera, mejorar la convivencia social o prestigiar el país en el concierto internacional.

Palabras como conservador o progresista han perdido su sentido porque se han convertido en insultos o en coartadas falaces. Las apelaciones a la historia, lejos de servir de enseñanza, se convierten en piedras que se arrojan sobre el adversario.

Ni la democracia es el rodillo de las mayorías, ni el voto de los ciudadanos asegura la equidad y el recto gobierno. La democracia es una ética común basada en el respeto a las instituciones y en el acatamiento de las leyes que todos hacen y que todos están obligados a cumplir.

La carcajada: Dice Sánchez a propósito de la coalición socialcomunista: “A los ministros y ministras les dije cuando tomaron posesión: vosotros ya no sois ministros y ministras de un partido o de otro, sois ministros y ministras del Gobierno de España”

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