Por la boca... El goteo contra la Monarquía

Felipe VI, en el desfile del 12 de octubre de 2018. Álvaro García Fuentes (@alvarogafu)
Felipe VI, en el desfile del 12 de octubre de 2018.

La ofensiva contra la Monarquía española, viene de muy atrás y no es una “novedad” más, fruto de los rencores de Iglesias o de la bilis de Echenique. Podemos sería simplemente la gota que intenta colmar el vaso y, además, quedárselo.

Que Echenique diga que el Rey lo es por inseminación o que Pablo Iglesias afirme que al Rey no lo han elegido los españoles, es una más de las falacias a las que los de Podemos nos tienen acostumbrados. Que nadie se equivoque, no son tonterías, son afirmaciones miserables que forman parte de una campaña perfectamente orquestada para cargarse la Monarquía y todo lo que supone en la España actual que, se quiera o no, es mucho y muy importante.

La ofensiva contra la Monarquía española viene de muy atrás y no es una “novedad” más, producto de los rencores de Iglesias o de la bilis de Echenique. Podemos puede ser la gota que intenta colmar el vaso y, además , quedárselo.

Cuando se habla alegremente de la república como forma de estado deseable para España, es muy dificil no traer a colación -por mucho que las circunstancias no sean las mismas- las dos experiencias anteriores. La I República fue algo menos que una opereta bufa, incluídos sus cuatro presidentes, y la Segunda constituye uno de los grandes fracasos no solamente de nuestra historia, sino de la historia de las naciones civilizadas.

Cuando se habla alegremente de la república como forma de estado de elección popular, frente a “la inseminación” de los reyes en las monarquías, habrá que recordar, aunque los que hablan lo saben mejor que nadie, las resultados que se viven en algunos países sudamericanos, cuyos presidentes han sido elegidos por la ciudadanía.

Cuando se habla alegremente de la república como inequívocamente democrática frente a la monarquía dictatorial y absolutista, hay que señalar a todas y cada una de las monarquías europeas, de eso que se llama nuestro entorno, cuyos países y formas de gobierno se cuentan entre los más democráticos y libres del mundo.

Cuando se habla alegremente de la república como ejemplo de austeridad, frente al despilfarro de reyes que llegan a la Castellana en un Rolls, habrá que desempolvar (es un simple ejemplo) las fotos de Manuel Azaña, de frack y con chistera, a las puertas del Palacio de Oriente, en cuyas habitaciones se apresuró a vivir inmediatamente de ser designado presidente de la II República.

Y para quienes piensan en una república democrática y moderada, pácifica, social y benéfica, habrá que darles a leer los párrafos de nuestra historia en los que podrán enterarse de las frustraciones de personajes tan moderados y republicanos, tan ingenuos como infelices, que respondían a los nombre de Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura.

El goteo es normal, sobre todo si atendemos a las trayectorias políticas de quienes intentan derribar la forma de estado que nos dimos todos los españoles, “inseminados” o no, de forma libre y democrática. Bien está.

 

Lo que no es normal ni está tan bien, es que los que supuestamente defienden la monarquía, lo hagan con timidez enfermiza, con timorata presencia y hasta con tonos melifluos en la voz, limitándose a criticar “a los del otro lado” y siempre con argumentos a posteriori.

Se echa de menos una ofensiva abierta, positiva, razonada y bien planificada, que sin esperar a los argumentos de los pretendidos republicanos, sino con los razonamientos de auténticos monárquicos, explique a la opinión pública, sobre todo a las jóvenes generaciones, lo que ha supuesto la monarquía en nuestra historia y los por qués de la monarquía en la España que estamos viviendo.

Porque los argumentos en contra de la monarquía son pobres en dialéctica, escasos de ingenio, antiguos en su formulación y hasta malolientes por su procedencia.

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