Rectificaciones y lágrimas

Si se tiene en cuenta su definición de mentira, hay que concluir que Sánchez es el gran rectificador y si se atiende al número de rectificaciones, Sánchez es el gobernante que más se ha equivocado en la historia.

Como con Sánchez nunca se sabe, es difícil catalogarle en esta carrera televisiva a la que se dedica con frenesí, en medio de rectificaciones y lágrimas y saber si va de fräulein María, de capitán Von Trapp, del malvado nazi que persigue a la familia austriaca o del jovencito tonto y aprendiz de nazi, que amenaza al capitán con su pistola. 

Da lo mismo, porque lo más divertido está en las entrevistas que hace a sus ministros (Montero, la de turismo en Nueva York, ¿para cuándo?) que es dónde da rienda suelta a su sentido del humor.

En la última (no ha podido sustraerse al “mono” que tiene por la manipulación) ha bromeado a propósito de la serie ”Verano azul” y la ha resumido con desfachatez: “la historia de un pescador jubilado, de una pintora medio hippy y de unos niños ecologistas que evitan la especulación, un ladrillazo”. Como mentiroso, ridículo; como manipulador, asqueroso;  como narrador del argumento, pobre.

Si se tiene en cuenta su definición de mentira, hay que concluir que Sánchez es el gran rectificador y si se atiende al número de rectificaciones, Sánchez es el gobernante que más se ha equivocado en la historia.

Es como la historia de aquel padre que llevó a su retoño a cortarse el pelo. Su hijo tiene un piojo, dice el peluquero, será una casualidad, contesta el progenitor, pues el niño tiene la cabeza llena de casualidades, concluye el colega de Fígaro.

Sánchez tiene la cabeza llena de piojos mentirosos o sea de rectificaciones.

Y las lágrimas… Una víctima, un incomprendido, al que no se le ha agradecido lo que ha hecho por sus conciudadanos desde La Moncloa. “Qué buenas son las medres ursulinas, que somos pequeñitos y no nos damos cuenta del bien que se nos hace en esta santa casa”, cantaban los parvulitos en las excursiones de ataño.

Entre tanto lloriqueo y tanta lágrima Sánchez devalúa su imagen de hombre fuerte, de político resiliente, del que va a por todas. Pero todo tiene un límite y Sánchez ve una cámara, le maquillan y se reblandece.

 

Hasta tal punto ha lacerado la ingratitud el corazón sincero, puro y noble de Sánchez, que ha tenido que acudir al psicólogo (y por qué no al psiquiatra) para que le aliviara en sus penas. Porque sufre y ha sufrido mucho y los españoles que son misericordes y longánimos deberían plantearse su voto el 23 de julio y no hacerle sufrir más, porque hasta los hombres más bragados (uso de calzoncillos aparte) llega un momento que se rompen y no pueden con las ingratitudes, ni con los abandonos, ni con los olvidos, ni con los desprecios, ni con los abucheos.

Y como Sánchez nunca piensa en su futuro, seguro que no le importa irse a llorar a su casa o a casa de Von der Layen, que nunca se sabe, hasta dónde puede llegar la hospitalidad europea.

Si estará triste Sánchez, que ya solamente le queda Zapatero y la esperanza de que Von der Leyen le visite en La Moncloa en plena campaña electoral.

La carcajada: Dice Sánchez –con todo el conocimiento de causa- que el sanchismo es una combinación de tres cosas: mentiras, maldades y manipulaciones.

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