La risa va por apellidos

No está de más que ahora que comienza el suplicio de los quince días de campaña electoral lo hagamos con unas risas. Ya se sabe, a mal tiempo buena cara.

Circulan chistes sobre la semifinal de la ‘championlí’-que dice mi admirado Antonio Burgos-, sobre el paro de Zapatero -pero que no es de culpa de Zapatero- y hasta se cuentan-en un alarde de mal gusto- sobre Bin Laden. Pero faltaba la guinda y la guinda, como siempre, la ponen con su gran sentido del humor sus señorías, ‘en sede parlamentaria’ que dicen los cursis de nuestros políticos, que son casi todos.

Como no hay problemas de los que ocuparse ni sobre los que legislar, se han apuntado a eso de la ‘tele’ de los monólogos de humor y discuten sesudamente sobre lo de los apellidos.

Debió ser algo que se le ocurrió a Bibiana Aído -¿pero hubo alguna vez una ministra que se llamaba Bibiana Aido?- cuando estaba en pleno frenesí igualitario y dio en la manía de cambiar el orden de los apellidos para no discriminar a las madres. El caso es que las parejas pueden, al parecer, elegir el orden de los apellidos y si, por las razones que sean, no se ponen de acuerdo, ahí están nuestros legisladores para solucionarlo.

Y la solución no puede ser ni mejor, ni más acertada, ni más razonada ni más… ridícula. Nada de orden alfabético, nada de eufonías o cacofonías, nada de dejar las cosas al albur de la injusticia discriminatoria: será un funcionario del Registro Civil quien ponga orden en los apellidos del bebé. ¿Criterio? El suyo. Es decir, lo que al funcionario le parezca mejor. Eso sí, que a nuestros legisladores no se les escapa nada, siempre atendiendo al interés superior del menor. He ahí un criterio objetivo claro, diáfano y transparente que no deja lugar a dudas.

Pero hay más: una formación política habla del sorteo. Y como eso lo habrá dicho o imaginado el magín –valga la redundancia- de algún político, no dice ‘suerte’, dice ‘por un procedimiento de azar’. O sea, que ahora en el bar con los amigos usted no dirá eso tan castizo de ‘voy a echar la quiniela’, sino ‘voy a implementar un procedimiento de azar’.

Ha habido, al parecer, otras señorías más imaginativas que han hablado de distintos procedimientos, como por ejemplo el apellido menos corriente. Cualquier cosa vale con tal de cobrar las dietas de las comisiones.

Pero lo de hacer unas risas no tiene precio. Como la historia de aquel señor que acude al Registro Civil porque quiere cambiar de nombre. El funcionario le pregunta: ¿cómo se llama usted? Manuel Mierda, contesta el interesado. El funcionario –comprensivo- le comenta: Entiendo que quiera el cambio, y ¿cómo desea llamarse? Antonio Mierda, responde el ciudadano.

 
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