De rositas

Puede estar perfectamente planificado…o no, pero lo cierto es que la despedida de Rodríguez Zapatero puede convertirse en un caso a estudiar por los expertos. Es una despedida por entregas. Poco a poco. Sin que se note y sin que nadie diga una palabra más alta que otra.

Hace meses fue el anuncio tan esperado y tan demorado de que no continuaba en política y que no iba a ser candidato a la Presidencia del Gobierno en las próximas elecciones. Más tarde fueron las cábalas sobre el sustituto. Después y, con mucha anticipación, la fecha de las elecciones. Tras la fecha, el anuncio del futuro como supervisor de nubes y, por último, la disolución de las Cortes.

En medio ‘seguimos gobernando y el Gobierno sigue cumpliendo con su deber y tomando las medidas que haya que tomar’.

Tampoco Rodríguez Zapatero nos dice cómo y cuándo hará balance de su gestión y así van pasando los meses hasta que un día sin que apenas nos hayamos enterado que se ha ido, el camión de la mudanza aparcará en la puerta del palacio de La Moncloa y partirá en silencio hacia tierras leonesas.

Así poco a poco y sin que nadie se percate demasiado se está yendo el presidente de Gobierno más nefasto de toda nuestra andadura democrática.

Adolfo Suárez se fue, dicen, empujado por el ruido de sables y tras un intento de golpe de estado.

Calvo Sotelo se fue, porque sí y cocido en su propia salsa, más bien falta de sal.

Felipe González –aunque ahora vuelva con aureola políticamente santificadora- se fue entre las brumas de los GAL.

José María Aznar se empezó a ir en las Azores y acabó yéndose por una supuesta intervención en una guerra y aún le dura el estigma.

 

Rodríguez Zapatero no. Rodríguez Zapatero se va entre oleadas de optimismo antropológico y se va de rositas. Muy poco a poco, sin hacer ruido, pero de rositas.

Dice él mismo que la historia le juzgará y que espera que a España y a los españoles nos vaya bien. Magro balance para quién deja cinco millones de parados y un bagaje legislativo no solamente pobre, sino contradictorio y claramente discutible en muchos aspectos.

Se va Rodríguez Zapatero con la incógnita que nos quedará para siempre de si se ha creído sus propias palabras y con la incertidumbre de hasta qué punto es tan optimista como nos quiere hacer creer respecto a su gestión.

Pero, en cualquiera de los supuestos, se va de rositas.

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