Sánchez de las mentiras, a dar risa y de dar risa, a dar pena

Sánchez llevaría a cualquiera a la compasión, sino fuera, porque plagiando al mismo Sánchez (tan aficionado a los plagios, sobre todo académicos) hay que decir de él que es “insolvente, con lagunas de desconocimiento y con mala fe”.

Lo peor que le puede pasar a un político no es que le llamen mentiroso y haber perdido toda la credibilidad en sus promesas y en lo que dice. Lo peor llega cuando su trayectoria, lo que anuncia que va a hacer y lo que hace, da risa y, sobre todo, cuando el siguiente paso es dar pena.

A Sánchez -que ha pasado por todas las fases previas- le está rondando, en plena campaña electoral y posiblemente en el último tramo de su carrera política, al menos en España- la situación nada deseable de dar pena a los ciudadanos.

Y Sánchez comienza a dar pena.

Sánchez llevaría a cualquiera a la compasión, sino fuera porque plagiando al mismo Sánchez (tan aficionado a los plagios, sobre todo académicos) hay que decir de él que es “insolvente, con lagunas de desconocimiento y con mala fe”.

Ver a Sánchez en la tribuna del Congreso o en la del Senado, anunciando la construcción de unos pisos fantasmagóricos, presumiendo de gestión económica y social y eludiendo vergonzosamente pronunciar palabras como trapicheos, móvil, expiar, Marruecos o Sahara, puede indignar por las  mentiras y causar risa por lo divertido de sus intervenciones, pero al final solamente queda la pena que inspira un muñeco cuyos hilos están en manos de sus chantajistas y que nunca fue nada pero que ahora, es menos que nada.

Hasta para mentir y para prometer en campaña electoral o en cualquier otro momento, hay que tener un cierto nivel neuronal, por escasito que sea. No se comprende que alguien pretenda recabar el voto joven con semejantes promesas y con mentiras tan burdas, tan malamente enunciadas, tan pobremente razonadas y tan precariamente defendidas.

Sánchez se sabe perdedor y no solamente perdedor de unas elecciones, aunque siempre le quede la baza de las coaliciones inconfesables a las que es tan aficionado. Quién llama frustrados a los demás, simplemente es un fracasado, porque para estar frustrado hay que haber tenido alguna perspectiva y haber despertado alguna esperanza y Sánchez jamás las ha tenido, ni las ha despertado.

 Y da pena y hasta grima, ver a un supuesto líder político y a un dirigente aunque sea en precario, huir de la calle porque le abuchean. Sánchez tiene miedo a los abucheos por corto de miras y pánico a los reproches y gritos de los ciudadanos, por consciente de su debacle como gestor de la cosa pública.

 

Es la angustia del perdedor y no es perdedor porque posiblemente pierda las elecciones, sino porque perdería todo lo que tiene ahora, en todos los aspectos y en todos los sentidos: pérdida del poder que da el B.O.E, de prebendas, de ventajas, de supuestos seguidores y de falsos amigos y de suntuosidades que nunca pudo soñar que iba a disfrutar.

No es que Sánchez pueda perder, es que aunque gane, nunca se librará del rechazo que produce y de la pena que está empezando a producir.

LA CARACAJADA: Dice Calviño, la de la cosa económica: “Estamos tratando de recuperarnos de la década perdida por los recortes del Partido Popular”.

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