Un poquito embarazadito
Ser un poquito ministro y hasta vicepresidente y un poquito comunista y hasta manifestante callejero de los que “aprietan”, puede ser muy gratificante sobre todo a la hora de cobrar y de subirse al coche oficial, pero tiene que ser agotador e incluso abocar a una cierta esquizofrenia.
Es como estar un poquito embarazadito, cosa que no parece demasiado posible incluso con una ley de igualdad por medio. Es como poner una vela a Marx y otra a Simone de Beauvoir, como nadar y guardar la ropa, como ir de los mingitorios portátiles de la Puerta del Sol al baño del despacho del ministerio, como repicar e ir en la manifestación. Se puede intentar e incluso se puede conseguir, pero no es fácil.
Ser un poquito ministro y hasta vicepresidente y un poquito comunista y hasta manifestante callejero de los que “aprietan”, puede ser muy gratificante sobre todo a la hora de cobrar y de subirse al coche oficial, pero tiene que ser agotador e incluso abocar a una cierta esquizofrenia.
Y claro, hay que estar en Venezuela y en Europa; callar en el Gobierno y protestar desde el partido; tapar las vergüenzas del gobierno afín de Baleares y defender a niñas violadas; participar en decisiones del Consejo de Ministros y subirse a un tractor para “apretar”; ampliar la altura de las vallas que impiden la entrada de emigrantes, y defender la emigración “venga cómo venga” desde el punto de vista legal; poner buena cara ante el Constitucional e ir de componendas mediadoras a Cataluña; y saludar al Rey de forma apresurada porque hay que recoger la bandera tricolor que se dejó a la entrada de Palacio y hasta abrocharse los puños de la camisa para que la chaqueta encaje bien a pesar de la falta de costumbre.
Y hay que poner cara de estadista sereno y dialogante aunque se produzca el “descojone” de los de enfrente.
Y todo eso cansa, agota, fatiga, molesta y hasta puede hastiar a cualquiera.
Y es que hay situaciones que “son repugnantes incluso para un comunista”.