Lo único transparente es la Ley de Transparencia

Lo que pasa es que es tan transparente que apenas se ve. Es una ley cuasi fantasma. Una ley que es pero no es, que está pero que no está y que si se preguntara a un político por ella nos diría que ni está ni se la espera.

Dice la exposición de motivos de la Ley: 'La transparencia, el acceso a la información pública y las normas de buen gobierno deben ser los ejes fundamentales de toda acción política. Sólo cuando la acción de los responsables públicos se somete a escrutinio, cuando los ciudadanos pueden conocer cómo se toman las decisiones que les afectan, cómo se manejan los fondos públicos o bajo qué criterios actúan nuestras instituciones, podremos hablar de una sociedad crítica, exigente y participativa'.

El ciudadano de a pie que, tras leer lo anterior, repase cualquier día la prensa, se quedará, como mínimo estupefacto. ¿Qué pasa con la Ley de Transparencia? Uno se malicia que la situación procesal de dicha normativa esté siendo víctima de eso que en España hemos dado en llamar 'la clase política'. Clase política que como tal no es denominada en ninguno de los países de nuestro entorno y que su sólo enunciado ya da mucho que pensar. Clase política, casta política, tribu política... y de eso a una oligarquía -más o menos democrática- va un paso.

Y parece que esa clase política no está por la labor de que los ciudadanos tengan acceso a la información política, que los ciudadanos conozcan cómo se toman las decisiones que les afectan, que los ciudadanos sepan cómo se manejan los fondos públicos y, ante esa situación, se llega a la conclusión de que no es fácil hablar de una sociedad crítica, exigente y participativa.

Ya sea por una campaña electoral, por unas filtraciones, verdaderas o no, por un proceso judicial de campanillas o por una dimisión más o menos sonada, los ciudadanos siempre están con la mosca tras la oreja.

Ya va siendo hora de que esa clase política se decida de una vez por todas a sanear la vida pública, a que la honradez sea la única forma de actuación, a que los fondos públicos se manejen con seriedad y a que las sospechas no estén siempre pendiendo encima de la cabeza de quienes se dedican a la cosa pública.

Y ya va siendo hora de que la transparencia en la vida política sea algo más que el enunciado de una ley. Y que cuando esa ley se presente en rueda de prensa, como mínimo, quienes comparezcan, dejen preguntar a los informadores.

 
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