Cultura popular versus cultura del espectáculo

Fachada del Museo del Prado.
Fachada del Museo del Prado.

La crisis de la cultura que estamos viviendo emergió cuando las Humanidades fueron  postergadas en la época de la modernidad, con una tecnologización que dañó gravemente actitudes tan valiosas como la curiosidad intelectual y la búsqueda de los saberes. Uno de los síntomas actuales  es el empleo de la palabra “cultura” como comodín para todo tipo de cuestiones. Por ejemplo, “cultura de la diversión”, “cultura del trabajo”, “cultura de consumo”, etc. De ese modo, cultura acaba por no significar nada, por ser un concepto vacío.

Carlo Frabetti, escritor y Premio Cervantes-Chico 2019, señala que uno de las características de la actual crisis cultural es la progresiva desaparición de una cultura popular propiamente dicha.  Sostiene que la cultura popular, surgida del pueblo y para el pueblo, ha sido progresivamente arrinconada por una «cultura de masas» o “cultura del espectáculo”, producida por una industria en manos del gran capital y difundida por unos medios de comunicación al servicio de los poderes establecidos. Es una pseudocultura prefabricada y adulterada que tiende a adoctrinar a sus consumidores.

Para Frabetti, la cultura de masas es un fenómeno fundamentalmente estadounidense y claramente encaminado a imponer en todo el mundo el American way of life, es decir, un aparato de colonización cultural en el que juegan un importante papel el musical y las hamburguesas.

Mario Vargas Llosa critica la degradación del concepto de cultura y la entronización de la “cultura del gran público” en su  libro, “La civilización del espectáculo”. Sostiene que la creciente banalización del arte,  la literatura y el cine hace que triunfen todos los productos 'light', ligeros o fáciles: "No es extraño que la literatura más representativa de nuestra época sea la fácil, una literatura que sin el menor rubor se propone ante todo, sobre todo y casi exclusivamente, divertir".  Como consecuencia, crece la cultura light.  Es bien sabido que se caracteriza por el individualismo exacerbado, la búsqueda inmediata de la satisfacción, la superficialidad, la falta de compromiso social y la liviandad. Todo ello, marcado por un culto a las apariencias.  Vivir en la teoría del “me gusta” nos aleja del conocimiento.

Vargas Llosa critica la "masificación" y la "frivolidad" de la cultura de nuestro tiempo, tal como se ve,  por ejemplo,  en el deporte como espectáculo de masas.

Para el escritor y profesor César Antonio Molina los males que acucian hoy a la cultura universal son el consumismo, su conversión en mercancía. La cultura está así sometida a los gustos del público y destinada al éxito inmediato. El lector es transformado en consumidor, mientras el creador, el escritor o el artista, en simple productor de servicios. Molina considera que la verdadera cultura es un asunto personal; no es un asunto institucional: ni del Estado ni del Gobierno ni de la Empresa.  Por mi parte, afirmo que sí lo es de la Familia, por la estrecha relación que existe entre persona y familia. La  verdadera cultura evita el poder, se fundamenta en el principio de la libertad y presta un servicio. En cambio, la falsa cultura es prepotente, dominante y humillante. Es dañina para otros con el pretexto de ser selectiva.

Joseph Weiler, profesor de la Universidad de Nueva York y Premio Ratzinger de Teología 2222,  sostiene que  «la crisis que vive Europa no es sólo política, defensiva o económica. Es una crisis, sobre todo de valores». Ha explicado los valores que, a su juicio, sustentan el pensamiento europeo y que ha denominado «la trinidad europea»: «el valor de la democracia, la defensa de los derechos humanos y el estado de derecho». Estos tres principios son la base de los estados europeos, y son indispensables,  pero, lamentablemente, están vacíos.

Ante esta realidad, Weiler ha defendido su postulado: el ser humano busca «dar un significado a su vida que va más allá del propio interés». Antes de la II Guerra Mundial «este deseo humano se cubría con tres elementos: familia, Iglesia y patria. Tras la contienda, estos elementos desaparecen. Como consecuencia,  Europa se vuelve secular, las iglesias se vacían, desaparece la noción de patriotismo y la familia se desintegra. Todo ello da lugar a un vacío. De aquí deviene esa crisis espiritual de Europa, esa decadencia moral que sólo puede  afrontare volviendo a sus raíces cristianas.

Gerardo Castillo Ceballos. Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra

 
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