Regalos de aniversario

Hay quien dice que es un suicidio social hacer un regalo de aniversario, pero la feria del ‘taitantos’ ídem de Las Ventas estuvo llena de sorpresas. Sobre el papel no era más que un ciclo sin remate que se tapaba, como algunos toros, por los pitones. Esto es, por la doble comparecencia –frustrada finalmente— de José Tómas. Sin embargo, y a falta de la corrida del próximo sábado en la que El Juli sustituirá al maestro herido, el segundo abono de la primavera ha dejado cosas de interés en comparación con el sopor isidril.

En la primera, mal material de Valdefresno para unos toreros con maneras y carreras aún por definir. Cositas de Juan Mora y de las cuadrillas en la tarde de El Vellosino. Soberbio una vez más José Manuel Montoliú en su par andando. Si Curro Díaz no arrea habrá más gente que le siga por su banderillero que por sus muletazos. La corrida, muy en ‘raboso’, tuvo un tercero que se dejó mucho y bien y un regalazo de quinto que terminó de descubrir a Javier Conde. Sin parar quieto en su primero, al menos tuvo la excusa de que el toro no valía. Pero el quinto fue el de la tarde y Conde no supo qué hacer con él. Al recital con la espada sólo le faltaron pasodobles. Pese a todo, conseguir matar a los dos huyendo de esa manera de la suerte es una habilidad aplaudible y poseída por muy pocos. De Conde ya es sabido que le falta corazón, pero lo peor es que cada vez tiene menos vergüenza. Nadie entiende que la empresa le llame, y mucho menos que él acepte venir. Madrid y Javier no se gustan, y su arte, que a veces puede ser inmenso, no debería cruzar Despeñaperros más que para alguna corrida francesa.

Llegó la tarde de la Beneficencia, corrida cumbre de la temporada venteña que se tapó, una vez más, por una figura. Presidiendo en nombre de Su Majestad, la Infanta Doña Elena, acompañada en el Palco Real por Esperanza Aguirre y su marido, el Conde de Murillo. En el callejón, entre otros, Cayetano Martínez de Irujo y el Embajador de Francia, bien escoltado por Ignacio González y Enrique Cerezo. El Maestro Esplá, de grandioso recuerdo hace un año, acompañaba a la Ministra de Cultura, estupenda y afrancesada como de costumbre, en una barrera.

La corrida, con cuvillosque se dejaron, tuvo su zenit en el pique capotero que protagonizaron Morante de la Puebla y Daniel Luque. El de la Puebla vio el buen son del toro y allá que se fue, a los medios, para bordar el toreo por verónicas. Es muy difícil escribir sobre un quite de Morante. Sólo puedo decir que estábamos allí esperando un chispazo cuando de pronto, tras un embroque, se hizo el arte. Y con él un olé, y otro, y un capote acariciando al toro.

Sin llegar a la cumbre del año pasado en San Isidro, las del pitón derecho fueron las mejores verónicas de esta temporada. Aplaudía la plaza, vibrante, al matador que se recogía. Y en esto salió Luque. Creo que ha sido la primera vez en mi vida que he visto a un torero respondiendo. Si bien es verdad que no es un amo muletero, también lo es que tiene un temple y una estética primorosa para el toreo de capa. Buenas, también, las verónicas. Extraordinaria las media abrochada. Ovación para los matadores, para el toreo de verdad, emoción en los tendidos. Mi osada compañera de localidad llegó a preguntarme, como gran entendido que me suponía, si no podría ahora el de la Puebla quitar otra vez. No supe responderle. O sí. Creo que le dije que no lo había visto jamás y que desconocía si el reglamento lo permitía. En esas estábamos cuando Luque, valiente, torerísimo, invitó a su rival a contestar de nuevo. Regalo para la afición y para el propio Morante, que aceptó el envite con chicuelinas de mano baja, haciendo uno el baile y el toreo, rompiéndose la cintura. Morante es el único que sabe quitar por chicuelinas, los demás sólo desquitan. Pero no se arredró Luque y supo amorantarse repitiendo los pases de Chicuelo –que ya es poca variedad— con bastante gracia. Los dos matadores, emocionados también ellos por la belleza creada, se estrecharon la mano como lo hicieran antaño tantos otros grandes, entre sombreros lanzados al ruedo.

Cayetano, que declinó participar en el histórico tercio, no se quedó atrás en el siguiente toro. Un jabonero más espectacular que precioso le sirvió al pequeño de los Rivera para reivindicarse en la tarde capotera con unas gaoneras iniciadas con una larga afarolada. El quite tuvo más emoción que limpieza, pero gustó la suerte cargada y la salida torera, andando, con el capote a una mano. Después, mal lote para Morante, que pegó muchos muletazos buenos sin emoción, aburrimiento de Luque y, lo peor, nuevo petardo de Cayetano. Torea por fuera, al hilo, sin estar en el sitio… En fin, lo mismo de casi todas las tardes pero en un torero que no tiene todavía la carrera hecha y a quien, precisamente por las ganas con que vino a Madrid en su segunda tarde, se le ve incapaz de rectificar. Cayetano ha estado años toreando en plazas que sólo tienen en común con Madrid las dos rayas y donde se jalean muletazos de todo tipo. Aquí no, y por eso Cayetano tendrá que pensar si quiere volver.

La siguiente tarde, con Perera sustituyendo a José Tomás por la oreja de revolcón que cortó en San Isidro, tuvo tres toros para abrir la Puerta Grande. El Fundi no lo ve claro, y Madrid, su gran aliada de siempre, lo siente mucho. En el lote de Castella cayeron los otros dos, incluido el mejor de la corrida.

Fue, en general, mansa en varas pero con una clase y nobleza extraordinaria en la muleta. A Castella le faltó la frescura de antaño para hacer el toreo eterno. El público del Aniversario, que varía bastante con respecto al de San Isidro, le agasajó con una( oreja en su primero y le habría pedido las dos en el quinto si hubiese matado bien. El pobre toro de Victoriano del Río, que siempre pidió distancia, se fue al desolladero con las orejas puestas.

Del final de la feria hay que destacar otro regalito en forma de sobrero con el hierro de Moisés Fraile y tres toros de El Cortijillo que, con sus cosas, dieron opción de triunfo. Abellán sorprendió toreando templadísimo al natural y Juan Bautista abrió por primera vez en la temporada una Puerta Grande que cada vez parece más chica. El último regalo de una feria interesante.

 
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