El San Isidro más triste

Uno recuerda ferias felices en la libertad de la adolescencia y le invade una terrible melancolía. Un mes de Mayo eterno y primaveral, caluroso, bien acompañado de una mujer que sabía más de toros que nosotros mismos. Quizá ésta de San Isidro que nos ocupa y nos enfada no sea sino un prolegómeno, una muestra de obligatoria costumbre para el día en que acaben con la Fiesta de los toros. Perdonen el pesimismo, pero llegará.

La feria se ha hecho corta. Tan corta que apenas recordamos detalles. Corridas de ambiente enrarecido, sin calor. Con un comienzo helado y de grandes vendavales. Madrid, en el mes de Mayo, huele a toros y a puro habano. Pero Las Ventas se ha convertido en el templo de mercaderes que cita la Biblia. Se venden objetos taurinos, libros –legislación incluida, ironías de la Monumental— y distintos tamaños de champagne Mumm, tan juampedro él, junto a un pequeño estanco de cigarros puros. De la empresa se dice que hace negocio comprando baratas las peores hechuras de cada camada. Sin embargo, y aunque sólo lidiara cuatro, cada año vuelvo a enamorarme de Palha como de una amante a la que sólo viera en primavera.

Si los carteles eran malos, imagínenlos tarde a tarde. Las obligadas Puertas Grandes para las tardes de rejones y orejas tontas y listas, como las rosquillas, en las de aburrimiento. La raquítica banda, como la orquesta del Titanic, amenizando entre toro y toro el hundimiento de la Feria. Al menos podemos celebrar el cambio de director. El titular actual no compone, y si lo hace al menos no se empeña en demostrarlo y se ciñe al repertorio clásico, que en materia de pasodobles no admite renovación.

El ciclo comenzó con una oreja cariñosa a Curro Díaz por tanda y media de preciosos derechazos. La primera emoción –que la Fiesta no es sólo pintura– la tuvimos en la corrida de Dolores Aguirre, encastada como Rafaelillo, que cortó una oreja de mérito. Macías, tan promocionado, sólo supo arrimarse. Ni color con su compatriota ‘El Payo’, que dejó grato recuerdo en su etapa de novillero y que –Dios quiera y esta empresa se vaya— vuelva pronto a Las Ventas. José Manuel Mas, de pobre imagen en la novillada previa al serial, tomó la alternativa con paupérrimos parladés, segundo hierro de esa fábrica de podredumbre que maneja Juan Pedro Domecq. Dos días después, figuras con ganado de Garcigrande, los juampedros salmantinos. Perdonen la reiteración, pero es que todo viene de lo mismo. Castella vulgar, aburrido, y Luque ni eso.

No fue mala la corrida de Los Bayones, que regresaba después de años, pero ya se sabe: cuando hay toreros, no hay toros, y cuando hay toros… La verdad es que en esta Feria ha habido muy poco de los dos, pero si se quiere, algo más de bravura en los pitones que en las muletas. La novillada de Moreno Silva –uno sale del monoencaste y ya todo le parece interesante—fue un derroche de casta, buena y mala, y una vergüenza novilleril, en parte por culpa de los empresarios que anuncian a chicos inexpertos con animales difíciles. Uno de ellos –se le fue un toro a los corrales con tres avisos y tuvo que huir a la carrera, muleta en mano, en varias ocasiones– llegó a decir que ganaderías como esa no deberían existir. Consuélese el ganadero con la expectación que ha hecho nacer en los aficionados.

La corrida de El Puerto de San Lorenzo –flojísima de fuerzas, noble y tontorrona como la vacada mil veces citada– se ha llevado el premio oficial de San Isidro a la mejor corrida. Pese al sexto, uno de los toros de la Feria por presentación y comportamiento, el premio parece dado por el ganadero. Si esa fue la mejor corrida de San Isidro, renuncio al abono del año próximo. Con todo, el premio deja en muy mal lugar a los matadores –entre ellos Castella, otra vez.

La primera sustitución de Manzanares fue un pelotazo para la empresa. Curro Díaz, por su orejita de tanda y media de la primera tarde, acabó compartiendo cartel con Perera –D.E.P.– y Talavante. Buenos los cuvillos aunque no se haya hablado casi nada de ellos y nefasto Díaz; si Manzanares coge su lote aun estamos toreando. Perera cortó una oreja barata que paseó sin vergüenza, obtenida, sin torear, por la impresión que causó en el público timorato un feo revolcón. Con Talavante, que fue el único que se estiró consiguiendo buenos naturales, el presidente se hizo el serio y le dejó sin premio. Del rejoneador que iba por delante como invitado de piedra nadie se acordaba al salir de la plaza.

La corrida estrella –¿adivinan el hierro?– resultó pesada e interesante. Fue la tarde del percance de Aparicio, de los sobreros de Morante y la resurrección de El Cid, que sustituía a Manzanares. Pero el cartel, tan bonito, estaba ya viciado con los deshechos anunciados a nombre de Don Juan Pedro. La corrida, floja y mal presentada se tapó por el sexto, un buen toro en la línea de la divisa –esto es, noble y templado— que correspondía a Julio Aparicio y tuvo que matar El Cid. Casta a raudales, trapío de categoría y hasta bravura de verdad trajo Fernando Cuadri en un sexteto extraordinario que incluyó dos toros de vacas. Aplíquese de nuevo el dicho de los toros, los toreros y sus coincidencias en el ruedo y recordemos lo sublime de la raza brava obviando el premio a El Puerto de San Lorenzo.

Un engañabobos fue la Corrida de la Prensa, un fraude desde el principio. Toros desparejados, saldo ganadero. Una burla al aficionado, que a la hora del apartado no sabía con qué se iba a encontrar. Al final sólo El Juli mató lo anunciado. También fue el único que supo estar digno esa tarde. Un remiendo de El Ventorrillo descubrió a Perera y un buen toro –o eso pareció, pues no lo vimos toreado— de Domingo Hernández fue el material que uso Cayetano para pegar uno de los petardos más sonados del mes de Mayo. No dejan de tener gracia dos observaciones de mi leído y admirado Rafael Cabrera –capo dei capi en la Cadena COPE– en las que resalta que además de no sortear los toros y ni siquiera lidiarlos por orden de antigüedad, la mentada ganadería de Domingo Hernández (segundo hierro de Garcigrande para más señas) ni siquiera tenía tomada dicha antigüedad. Con la Corrida de la Prensa quedó demostrado una vez más que en la Fiesta, cuando falta verdad, no queda nada.

 

Bueyada de Samuel –una de las ganaderías con más regularidad en sus fracasos, todo hay que premiarlo—, mal presentado lo de Pérez-Tabernero –que ha dejado de criar Atanasio para pasarse al monoencaste— y dos palhas buenos de cuatro mal presentados. En esa tarde, además, un torazo de El Torreón que el ganadero, el Maestro Rincón, debió sentir mucho no haber mandado en una corrida competa. El animal, castaño chorreao, 553 kilos, ‘Bonoloto’ por buen nombre, recibió una ovación por guapo nada más salir de chiqueros. Después, casta de toro bravo que prueba que la cuestión no es el encaste Domecq sino algunos de sus criadores, y como resultado, una oreja de sol para Robleño. Para última de Feria, atraco. Los de Adolfo no pasaron el reconocimiento y la tarde se remendó con seis horrores de Marqués de Domecq. Fue, en lo ganadero, como darle a El Cordobés la sustitución de José Tomás.

Termino fallando y razonando lo que se podrían llamar Premios a la Ironía Taurina de la Feria de San Isidro.

-          Triunfador de la Feria: La empresa (en lo económico)

-          Mejor faena: La empresa y la Comunidad. (A los aficionados)

-          Mejor novillero: Cayetano.

-          Mejor rejoneador: Leonardo Hernández. (Dos Puertas Grandes)

-          Torero revelación: El Cid.

-          Mejor estocada: Desierto. (Los precios, al menos, siguen baratos)

-          Mejor picador: El de chiqueros si no pica.

-          Mejor par de banderillas: José Manuel Montoliu, por su par andando al cuarto toro el 19 de Mayo. (Este premio y los siguientes son serios, que también ha habido toros y buenas cuadrillas)

-          Mejor ganadería: Hijos de Don Celestino Cuadri Vides.

-          Mejor toro: Frijonero, de Cuadri. (Este es el premio más apasionante. Fue imponente de presentación ‘Cubilón’, de El Puerto de San Lorenzo. Bravo y noble, pero le faltó algo de emoción. Por juego me gustó muchísimo ‘Lezirio’ de Palha, pero estuvo mal presentado. ‘Frijonero’, de Cuadri, reunió estampa, casta, bravura y clase al embestir.)

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