Un mano a mano en El Puerto

Se ha hablado muy poco de la corrida del pasado 6 de Agosto. Tal vez por callar las mediocridades de una tarde eterna, más de turistas que de aficionados.

El cartel, compuesto mano a mano por Morante y Manzanares, era un lujo que empieza a prodigarse a poquitos y siempre en el Sur. Hace pocos años se anunciaron en Alicante, pero Morante cortó la temporada y no pudo estar esa tarde. Este año se ha dado, por primera vez, en Jerez, donde el resultado fue el esperado.

Por su parte los toros, de Núñez del Cuvillo en ambas ocasiones, empiezan a parecerse al rebujito. Tómese medio vaso de manzanilla clarita y añádase, no un buen chorro de ginebra, ni siquiera una parte de zumo natural, no. Rellénese hasta arriba –dejando sitio para el hielo— con una bebida gaseosa industrial y obtendrá usted esa clase de toros mansos, con su puntito de casta en diferentes medidas, con la poca clase del rebujito de feria para salir siempre sueltos, con poca fuerza y pitones gachos. Muchos de ellos, eso sí, embistiendo con largura y docilidad.

Seis rebujitos de Cuvillo, en distintas proporciones de mezcla, vimos hace unos días en El Puerto. Y como si de un concurso de cócteles andaluces se tratase, se premió al tercero con la vuelta al ruedo en el arrastre. No fue un mal toro, pero tampoco tan bueno como inventó la presidencia, que sacó el pañuelo azul por su cuenta y riesgo.

La sorpresa del personal llegó hasta el extremo de preguntar qué significado tenía el trapo, y no contentos con la locura de premio exigieron que se llevara a cabo sin orejas. De este modo, el segundo pañuelo blanco asomó tras el azul, y el trastorno general alcanzó la felicidad en un país que cada vez pretende más la diversión fácil.

Fue Morante de la Puebla quien paseó las orejas tras haber firmado muletazos largos y mandones, aunque se le viera algo apurado en cuestiones de temple y en el final de algunas series. Después pinchó y enterró la espada.

Dos orejas. El Puerto es de segunda, pero esa tarde creía ser Jerez. Los ayudados por alto al quinto fueron lo mejor de una faena que empezó de nuevo con la silla. Repetir la misma extravagancia le resta parte de su significado, y más cuando el torero no está para mucha fiesta.

El toreo de capa no fue malo, pero sí escaso. Morante prefirió estirarse poniendo banderillas junto a su compañero de cartel, un fiasco populachero en el que el de La Puebla se llevó un puntazo y, lo que es peor, rozó un ridículo que el paisanaje y el buen gusto del público no quisieron ver.

Por lo demás, la Plaza del Puerto mantiene siempre un ojo en la brega y otro en los palos del banderillero. La cuadrilla de Manzanares puso a los tendidos en pie dos veces. Justo premio a un derrame de saber hacer, de belleza y torería. Bonito detalle de una plaza exquisita que suele entender mucho de toros.

 

José Mari toreó bien por chicuelinas y templó una infinidad con la muleta. Consiguió buenas tandas, aunque no quiso mucho al natural en su primer toro, y mató como acostumbra.

Manzanares tiene el temple, el gusto y la inteligencia. Puede y manda a los toros de una forma patente hasta para el más novicio. Tiene algunos defectos, pero lo que de verdad le falta no se hace en el ruedo sino en los despachos. Lo que le falta es toro, y eso se soluciona, como hace unos pocos días en Málaga, apuntándose a matar otro tipo de ganaderías.

En El Puerto fue innegable –de nuevo hasta para el público ocasional— que el diestro tapó continuamente los defectos de sus oponentes, aportando él la emoción que les faltaba a los animales. En más de una faena tuvo que dar varios pasos al final de cada muletazo para colocarse de nuevo en la cara del toro, que se iba suelto.

En definitiva, la corrida de Cuvillo tuvo la virtud de moverse y de hacerlo medio embistiendo. Delante tuvo a dos toreros artistas y poderosos que lo quisieron todo. La gente vio torear bien y se fue encantada como en una noche de Feria, tras tomar rebujito frío en la caseta de unos amigos. ¡Qué divertido sigue siendo ir de viaje a los toros!

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