Cuando las fobias impiden la solidaridad

Muy especialmente entre el más de medio millón de ecuatorianos que viven en España, pero también de ONGs, instituciones y particulares.

Me ha conmovido y alegrado el viaje del Papa Francisco a la isla de Lesbos, denunciando la falta de respuesta de la casi totalidad de los países, y llevándose al Vaticano a 12 refugiados.

Es deseable que el viaje del Papa sea un revulsivo para atender con eficacia en Europa a los refugiados, un revulsivo no sólo emocional – que lo ha sido para mucha gente -, sino cuantificable incluso, eficaz. El ejemplo de Canadá es el espejo: prometieron acoger 25.000 refugiados, y ya han acogido a más de 20.000, lo que contrasta con las cifras ridículas de acogidos en España.

En el polo opuesto, me apena que algunas personas pretendan esconder - o incluso parecen molestas - la labor solidaria que lleva a cabo Cáritas. Como reconocen en privado esas personas, el motivo es que es una institución de la Iglesia Católica, y por la aversión o distanciamiento que sienten esas personas hacia la Iglesia no se alegran de la labor solidaria que lleva a cabo con eficacia. Una fobia en toda regla.

Y me apena el Ayuntamiento de Valencia, que ha decidido no prorrogar el convenio con el Banco de Alimentos, por lo que a partir de junio no tendrá local: según han expresado, quieren asumir desde el Ayuntamiento la ayuda que ahora presta el Banco de Alimentos, una iniciativa social encomiable, que permite a miles de familias alimentarse, en unos tiempos tan duros como los caracterizados por la crisis económica.

El Ayuntamiento de Valencia está gobernado por un tripartito de izquierdas, y al frente Joan Ribó, de Compromís. No ha dado explicaciones de cuánto va a invertir el consistorio para ayudar a las decenas de miles de valencianos, y su reiterada actitud contra el Banco de Alimentos sugiere una palabra: sectarismo. Una fogia y señal de vileza.

En otras ciudades, el Banco de Alimentos es apoyado por instituciones gobernadas por diversos partidos políticos, porque se dan cuenta del gran servicio que presta. Es lo lógico: sumar esfuerzos y apoyar, no ahogar ni zancadillear.

Algunos pretenden monopolizar la solidaridad, les molesta que la sociedad civil lleve a cabo una tarea digna de apoyo, cuando en toda mente abierta y moral ha de primar la suma de ayudas para sacar adelante iniciativas solidarias.

La solidaridad no es, no debe ser, patrimonio exclusivo de nadie. No es ni blanca, ni roja, ni azul. Ni es de izquierdas ni es de derechas. No debe ser perjudicada por colores políticos ni modos de pensar ni creencias religiosas.

 

Si alguien no es capaz de alegrarse de que cualquiera sume en la solidaridad, e incluso pretende tener la exclusividad, le aconsejo que recapacite. El vinagre que lleva dentro conduce a la vileza, el monopolio y la dictadura, que se traduce en injusticias más pronto que tarde.

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