Atención, famosos: la prensa rosa no está obligada a ser rigurosa

La justificación para esta sorprendente salvedad es que, según los jueces, el periodismo rosa “tiene un componente informativo en el que prima la finalidad de entretenimiento”. De ahí –razonan-, que no se le pueda imputar falta de rigor o ausencia de trascendencia social en la noticia tratada.

Los magistrados que así se han pronunciado desestimaron el recurso presentado por Cayetano Martínez de Irujo contra la revista ‘Qué me dices’. El número 451 de esta publicación recogió el 5 de noviembre de 2005 unas fotografías de este señor “no consentidas”, realizadas durante su luna de miel en Marruecos.

Las imágenes incluían comentarios “peyorativos” sobre el hijo de la Duquesa de Alba, que no eran ciertos y que incidían en aspectos relativos a su esfera íntima. El madrileño demandó a la editora Hachette Filipacchi y la Audiencia Provincial de Madrid falló en su contra. El Supremo ha ratificado ahora la absolución alegando que no vulneraba su derecho al honor y a la intimidad y aportando el argumento descrito.

El juez de primera instancia había dejado constancia de que estamos ante un personaje de notoriedad pública “tanto por su profesión de jinete como por su cuna y por sus frecuentes apariciones en los medios de comunicación”. Por eso, decía, “debe soportar críticas que pueden resultar molestas” y no puede imponer silencio a quienes las divulgan o comentan.

Ajá.

No sé si lo he entendido bien. Pero voy a hacer un esfuerzo. Creo que, expuesto lisa y llanamente, siguiendo la nueva doctrina del Tribunal Supremo, podemos llegar a las siguientes conclusiones:

-- Que hay varios tipos de periodismo. El periodismo político, el periodismo ciudadano, el periodismo de agencias, el periodismo confidencial, el periodismo radiofónico… y el periodismo rosa o del corazón. Este último se distingue de los restantes sobre todo en una cosa: en que puede ser ‘aproximativo’. Vamos, que no se le exige que diga la verdad. Tiene carta de naturaleza para lanzar falsedades.

-- Que si usted busca informar entreteniendo, no está obligado a dar en el clavo. No sea rígido. Suéltese, hombre. Un rumorcillo por aquí, un chascarrillo por allá, una contextualización graciosa de aquel bulo, unos minutos para dar rienda suelta a esa otra patraña… Lo importante es la intención. ¿Usted pretende divertir y publica en papel cuché? ¿Sí? Entonces, el fondo da un poco igual.

-- Que la clave está en el público, más bien superficial y ruin, al que se dirige este tipo de periodismo del entretenimiento. De hecho, los famosos viven de eso: de la mezquindad de quienes pagan esas revistas o alimentan la audiencia de la telebasura. De ahí que la veracidad que se espera del resto del mundo mundial aquí no sea igualmente exigible. Es cuestión de no ser demasiado estrechos porque, en el fondo, ellos se lucran de ese ruido de comadreos.

 

-- Que la prensa del corazón tiene salvoconducto frente al individuo. Está legitimada para manejar embustes y lucrarse de ello. Eso prima ante el derecho a la intimidad, a la propia imagen, a la privacidad de los ciudadanos. Quizás es que el legislador entiende que se trata de un servicio público de primer orden, lo que justificaría entonces el atropello al individuo.

-- Que esto último es especialmente evidente si usted es de sangre azul. Si el destino ha querido que usted naciera en el seno de una familia con rancio abolengo, ponga sus barbas a remojar. Está usted expuesto al pago del peaje que le va a exigir la prensa del corazón. Su cuna le condena a estar en el disparadero de las comidillas, dimes y diretes. Que lo sepa.

-- Pero no se duerma en los laureles si su apellido no tiene pedegrí. Porque como usted le pegue un poco bien al balón, se puede convertir en un Gerard Piqué: otro famoso. Si hace bien las entrevistas, tiene un pelo Pantenne, una carita mona y un cuerpo aseado, cuidado que ahí tiene el ejemplo de Sara Carbonero. Si es un buen escritor, un digno director de cine, un potable cocinero, un arquitecto decente o un abogado renombrado, ha entrado en el exclusivo mundo de los personajes conocidos: está sentenciado. Es un ser ‘trascendental’, importante. Desde ese momento las revistas, los programas de cotilleos, podrán legítimamente hacerse eco de las pamplinas que circulen sobre usted. Y hasta podrán meterle un micrófono en la cama.

-- Que todos somos iguales ante la ley… salvo los famosos. Ellos viven en una especie de Nirvana que les otorga un régimen jurídico especial, distinto, específico para ellos, cincelado a su medida. Una legislación que les obliga a ceder sus propios derechos por el bien de los demás seres humanos.

-- Que todo lo anterior (esto es muy importante subrayarlo) no vale para los jueces. Los jueces (especialmente los del Supremo que han redactado está sentencia) no son famosos: que quede muy claro. Que nadie se atreva a insinuarlo siquiera. Ni a llevar una cámara a la puerta de sus casas, ni a sus lunas de miel, ni a sus playas de veraneo. A ellos no.

Pelín surrealista. ¿No les parece?

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