Jerónimo

El pueblo español es muy Jerónimo. Quiero decir que, a mi juicio, se ha caracterizado por una entrega sin condiciones a las causas en las que cree. Incluso hasta más allá de lo razonable. Aunque excepciones no faltan, el españolito medio suele ser propicio a darse por entero, implicándose en sus tareas en cuerpo y alma.

Así me lo confirmaba hace unos meses el máximo directivo en España de una compañía gala bien afincada en nuestro país: entre los franceses se pueden encontrar excelentes profesionales, lúcidos y trabajadores, de gran cultura y preparación, pero muy pocos con la entrega de la mayoría de los hispanos.

Esta persona explicaba que su gran desafío es lograr motivar cada día a sus empleados nacidos en la piel de toro hasta implicarles en el proyecto. Una vez conseguido, la fidelidad y dedicación vital está asegurada. A poco que se cuide a esas personas, ya tienes un “perro de presa” dejándose el aliento por la causa.

Es la imagen que transmite a la perfección Rafael Nadal, nuestro tenista mallorquín de 19 años, que, con ese aire entre indio Arapahoe y primo de Zumosol, se ha hecho merecedor de las mejores críticas en el circuito mundial tras su paseo triunfal por Roland Garros. Y, como digo, no sólo por la calidad de su tenis.

Un dato: La Federación Estadounidense de Tenis va a iniciar, después de Wimbledon, una amplia campaña de promoción por Estados Unidos para publicitar sus torneos de verano y el mismo Open americano. Para esa campaña se servirá, entre otras, de la imagen del tenista mallorquín.

“Vemos en Nadal muchos valores con los que se identifica la juventud estadounidense”, ha dicho David Newman, director de comunicación de la USTA. “Las mujeres le quieren y a los chicos les gustaría ser como él”. La semana pasada, en París, alguien le gritó: “¡Jerónimo!”. Un bramido que refleja como nada esa planta de chico rebelde, inconformista y luchador, paradigma quizá del sueño americano.

Esa es la cara amable de Jerónimo. Pero también existe un revés. La frontera entre la tenaz perseverancia y la contumacia es muy sutil; la posibilidad de que la abnegación se convierta en obstinación está a la vuelta de la esquina. Y, así, tenemos España poblada también de algunos personajes directamente responsables del clima de crispación y frentismo con el que una parte del país no se siente para nada representado.

Los hay en el mundo de la política y de los medios de comunicación, en el sector económico y en el proceloso universo de la cultura. Individuos que han hecho profesión del furibundo ataque al oponente. Y no sólo a los de enfrente, sino que también reparten mandobles en sus propias filas, como si al margen de su trinchera no hubiera vida posible.

De los aguerridos y abnegados Jerónimos, necesitamos a puñados. De los cabezotas empeñados en convertir esta nación en un perpetuo combate de boxeo a base de campañas de acoso y derribo, que nos libre Rafael Nadal con los bíceps de la discreción y el sentido común de los que está dando muestras.

 

Y los pánfilos del hueco y vacío “buen talante”, que quieren buscar negocio en estas revueltas aguas de la convulsión nacional, que no nos intenten dar gato por liebre y se vayan con la música a otra parte. Si eso.

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