Malos malísimos de la derecha cavernaria

La viñeta era de Forges y apareció publicada el pasado viernes en El País. En la barra de un bar, un señor toma tranquilamente un café mientras intenta leer un libro. A su lado, un individuo se dispone a propinarle un puntapié, mientras exclama: —“Perdone, caballero, ¿me permitiría darle una patada en la nuca, que hoy tengo el día ‘guerracivilista’? Ande, so rojo-lector. Porfa”. Nada más y nada menos que el diario independiente de la mañana ofreciéndonos, al módico precio de 1 euro, el pildorazo diseñado en clave de humor desde Ferraz. Se trata, no lo olvidemos, de la última tesis del secretario general del PSOE, José Blanco: La culpa de los males de España —no se lo pierda, caballero- la tiene la derecha. La derecha crispa, la izquierda maúlla (y la araña pica la muy capulla, que diría la enorme Gloria Fuertes). Y es que llegó el sondeo del CIS (qué extraño el retraso en dar a conocer esos datos a la opinión pública) y con la encuesta oficial se desató el pandemonium. ¿Que baja la popularidad de Zapatero? Es culpa de esta singular “guerra de los crisperos” incoada por la derecha cavernaria. ¿Guerracivilismo a la vuelta de la esquina? Es Franco redivivo, en pleno siglo XXI, en los cuerpos de sus herederos. El enésimo mensaje de la progresía fetén provoca sobre todo agotamiento. Agotamiento e indignación. Señores del PSOE: existe una España que no se siente representada plenamente por los políticos de la derecha española, pero que comienza a estar hasta el moño de estos falaces razonamientos. Porque la ecuación que fundamenta este modo de razonar es tremendamente paleta, tramposa y torticera: desacuerdo + derecha = crispación guerracivilista. ¿Ven ustedes? No se admite ninguna discrepancia. Si alguien no se atiene a “sus” principios, será quemado en la hoguera del talante fundamentalista. Pues ¡fuera máscaras de una vez y digamos alto y claro!: aquí sólo se acepta el diálogo con los indiferentes, los escépticos o los cínicos. Todo el que se atreva a defender sus convicciones será perseguido implacablemente por este nuevo Ku Kux Klan. Pasará a engrosar las filas de los enemigos del régimen, en calidad de reaccionario y subversivo “crispador” que debe ser eliminado. Asfixiémosles. Nada de financiación, si está en nuestra mano, nada de libertad para que elijan. ¿Cuál es el motor de este modo de discurrir? Es bien sencillo: un relativismo brutal basado en la búsqueda de la verdad únicamente por consenso y a mano alzada. Y eso es imposible. La verdad es la que es. Y existe. Hacen bien las personas que discuten, de manera pacífica y con argumentos, sobre una cuestión. Ese diálogo racional se basa precisamente en la búsqueda de la verdad. Si no existiera una verdad sobre las cosas, no merecería la pena pensar y la convivencia se basaría exclusivamente en la fuerza para imponer una u otra opción. Y eso es una aberración, como ha demostrado la historia. Y además de un dislate, es contradictorio. Porque el mismo hecho de negar la aspiración humana a conocer la verdad implica ya la suposición de que se cree verdadero lo que se está sosteniendo. Por eso, dos individuos que defienden tesis diametralmente opuestas están en su derecho de exponer sus argumentos, pero conscientes de que sólo hay dos posibilidades: o los dos se equivocan o uno de ellos se acerca más a la verdad que el otro. Los dos pueden convivir en armonía pero no tener razón al mismo tiempo. Es bien simple. Sin embargo, los progresistas modernos como Forges o José Blanco no entienden esto ni lo aceptan. Lo llaman intolerancia. El que pierde, se tiene que callar, no tiene razón, se equivoca. Chitón. Por eso, si uno defiende unos valores porque los considera verdaderos, es tachado inmediatamente de cavernícola. Cuando discrepe, será calificado de inquisidor. Sin embargo, si alguien reabre viejas heridas a propósito de la Guerra Civil, por un muy discutible afán de ajustar cuentas con el pasado, le basta el consenso, la mayoría parlamentaria, para defender que lo suyo no es una vileza. Uno se rebela modestamente ante tan burdos planteamientos y se atreve a gritar: ¡basta ya! de ejercicios antidemocráticos disfrazados de pluralismo; ¡basta ya! de acorralar a los “malos malísimos” imponiéndoles unas verdades (“sus” verdades) a golpe de opinión mayoritaria, como si eso les eximiera de dar cuenta de sus afrentas; ¡basta ya! de asfixiar a los discrepantes negándoles hasta el mismo aire que respiran. ¡Basta ya! y argumentemos para encontrar la verdad, porfa.

 
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