Adultos adolescentes

Y es algo, además, extendido por las naciones desarrolladas, desde Estados Unidos a Japón. La inmadurez de quienes debieran actuar por su edad de forma juiciosa y la adquisición por las nuevas generaciones de poses adultas, está a la orden del día.

Aunque los dos elementos cursen hoy al mismo tiempo, pueden responder a diferentes causas. Los cincuentones infantiloides quizá lo sean, en el fondo, como consecuencia de unas sociedades blandas en las que, fruto de los excesos del llamado Estado del Bienestar, lo tienen todo a su disposición a costa de ínfimos esfuerzos personales: una procura mucho más que existencial al alcance de la mano nada más amanecer todos los días, sin exigencias de deber o responsabilidad alguna, sino rodeados de derechos. En los lugares en los que toca salir cada jornada a superar la fascinante aventura de la vida, estas cosas no suelen darse tanto. Como tampoco sucede entre quienes, en occidente, deben levantar la persiana en plena madrugada para traer el pan a casa. Estos inmaduros que describo rara vez se encuentran entre los currantes que siguen la máxima paulina de que quien no quiera trabajar no quiera comer, abundando en cambio entre los petimetres y los vividores, que encuentran en los abusos del sistema un inmejorable caldo de cultivo, ya que vivir como un niño es vivir inmerso en el líquido amniótico en el que lo único que procede es comer y dormir.

Otro motivo de este súbito crecimiento de la inmadurez en edad adulta es posible que venga dado por el espejo comercial y mediático, que insiste en modelos que garantizan el inmediato consumo, a costa tantas veces del buen gusto, la dignidad personal o el respeto ajeno. Me refiero aquí a aquellos patrones que persiguen ante todo molestar o llamar la atención, no tanto saciar en sus usuarios un deleite estético. Entran en esta categoría, por ejemplo, los adultos disfrazados de jóvenes, con esas estampas verdaderamente cómicas, por no calificar de patéticas, con que acostumbran a exhibirse, en especial en momentos de ocio.

La inconsistencia o nomadismo actual, en el que la vida se convierte en un constante ejercicio de turismo hacia infinitas formas de pensar, ser y actuar, resultado sin duda de la pérdida de referentes sólidos, asimismo hace que cada vez más adultos actúen al albur del último hábito en boga, adoptándolo o abandonándolo, sin más, por su mayor o menor generalización, con independencia de su corrección en términos éticos, estéticos, físicos o tradicionales. Aunque se trate de una solemne majadería, de una gamberrada de las de antes o de algo sin sentido, procede aceptarlo porque cualquier cosa es mejor que no viajar.

A estos inmaduros con canas les han salido en la actualidad no pocos adeptos, precisamente entre los adolescentes e incluso entre los niños. El balcón televisivo al que se asoman está repleto de canales en los que, non stop, emiten series en las que chicos de esa edad comparten conductas propias de su mentalidad y fisiología en crecimiento, pero asumiendo roles de gente de mucha más edad. Lo curioso es que ese espejo no es el de adultos maduros, sino pueriles, lo que se traduce en que los adolescentes se miran en otros como ellos, algo que es para hacérselo mirar en todos los terrenos.

Tenemos por delante algunos retos. Pero este que destaco no es menor, aunque no se subraye. De no atajarlo, mucho me temo que habremos de elevar la edad pediátrica a la de la esperanza de vida y empezar a comprender en clave infantil muchas cosas que suceden hoy.



 
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